Sí, sé lo que quiero
Prefiero morir vicioso y feliz a vivir limpio y aburrido. Prefiero
encontrar una estrella en el fango a cuatro diamantes sobre un cristal.
Prefiero que la estrella queme, sea fuego, a un tacto rezumante de
frialdad. Prefiero besar el duro suelo veinte veces para llegar una sola
vez a lo más alto a escalar poco a poco, sin caer nunca pero sin llegar
jamás a la cima. Prefiero que me duela a que me traspase, que me haga
daño a que me ignore. Prefiero sentir. Prefiero una noche oscura y
bella, sucia y hermosa, a un montón de días claros que no me digan nada.
Prefiero una cadena a un bozal. Prefiero quedarme en la cama todo el
día pensando en mi vida a levantarme para pensar en la de otros.
Prefiero un gato a un perro. Porque el gato te araña, es infiel, te
ignora, se escapa, pero sabes que, a pesar de todo, no podría vivir sin
ti. En cambio, el perro es tonto, no sabe nada, te obedece hasta el
absurdo. Prefiero las mujeres gato a las
mujeres perro, por las mismas razones. Prefiero el mar a la montaña. La
vida es una noche tumbado en la playa, mirando las estrellas sin
verlas, soñando despierto, dejando que la arena se cuele entre los dedos
de mis pies, embriagado de todo. Y la noche, siempre la noche. Nunca la
luz del sol. La noche es mágica. Me hace vivir, no pensar. Me pone en
movimiento. Rompe mis esquemas. Prefiero las noches frescas de verano,
andar con poca ropa, sentarme en el suelo y meterme algo de vida en el
cuerpo. La mañana me sabe a dolor de cabeza. Me da sueño. Me quita las
ganas de hablar. Me recuerda que soy mortal. Me recuerda que soy normal.
La noche me hace único. Prefiero experimentar las cosas, aunque me
hagan mal. Aunque me hiervan la sangre. Prefiero probarlo todo a morirme
sin saber lo que me gusta. Y, más que nada, prefiero la vida que dan
sus besos de caramelo y la suave caricia de su piel caliente.
Daniel Valdés