3/4/13

antígona



Muchas cosas hay portentosas, pero ninguna tan portentosa como el hombre;
él, que ayudado por el noto tempestuoso llega hasta el otro extremo de la espumosa mar, atravesándola a pesar de las olas que rugen, descomunales;
él que fatiga la sublimísima divina tierra, inconsumible, inagotable, con el ir y venir del arado, año tras año, recorriéndola con sus mulas.
Con sus trampas captura a la tribu de los pájaros incapaces de pensar y al pueblo de los animales
salvajes y a los peces que viven en el mar,
en las mallas de sus trenzadas redes, el ingenioso hombre que con su inteligencia domina al salvaje animal montaraz; capaz de uncir con un yugo que por ambos lados sujete al caballo de poblada crin y al toro también infatigable de las praderas; y la palabra por sí mismo ha aprendido y el pensamiento, rápido como el viento, y el carácter que regula la vida en sociedad,
y a huir de la intemperie desapacible que apuntalan dardos de nieve y lluvia: recursos tiene para todo, y, sin recursos, en nada se aventura hacia el futuro;
solo la muerte no ha conseguido evitar, pero sí se ha provisto de instrumentos para eludir las
enfermedades inevitables.
Referente a la sabia inventiva, ha logrado conocimientos técnicos más allá de lo esperable y a veces los encamina hacia el mal, otras veces hacia el bien.
Si cumple los usos locales y la justicia por divinos juramentos confirmada, a la cima llega de la
ciudadanía;
si, atrevido, del crimen hace su compañía, sin ciudad queda.
Ni se siente en mi mesa ni tenga pensamientos iguales a los míos, quien tal haga. 

Sofocles