Jehová
te herirá con la úlcera de Egipto, con tumores, con sarna y con comezón
de no poder ser curado. Jehová te herirá con locura, ceguera y
turbación de espíritu, y palparás al mediodía como palpa el ciego en la
oscuridad. No serás prosperado en tus caminos, no serás sino oprimido y
robado todos los días, y no habrá quien te salve. Te desposarás con una
mujer y otro hombre dormirá con ella, construirás una casa y no la
habitarás, plantarás una viña y no la disfrutarás. Tu buey será
degollado ante tus ojos y no comerás de él, se llevarán tu asno en tu
presencia y no te será devuelto, tus ovejas se las llevarán tus enemigos
y nadie te socorrerá. Tus hijos y tus hijas serán entregados a un
pueblo extranjero, tus ojos se consumirán mirando cada día hacia el
lugar de su destierro, pero no habrá fuerza en tu mano y nada podrás
hacer. Un pueblo, desconocido para ti, comerá las cosechas de tu tierra y
el fruto de todas tus fatigas, mientras tú serás aplastado y
quebrantado todos los días. A la vista de tales cosas, te volverás loco.
(Deuteronomio, 28: 29-36).