Es de noche en el cementerio. Muy cerca se oye el mar estrellándose contra el dique.
Una sombra se desliza sigilosa por el caminito de las tumbas. En una mano sostiene una piedra y en la otra una botella ahogada por el cuello. Se detiene frente a un nicho apenas en pie, oscilando, sonteniendo la mirada a su hermana mayor.
Poco a poco toma impulso y lanza la piedra contra una forma de ángel desmembrado y lleva sus labios con rabia a la botella vacía, la estrangula. Masculla dando tumbos alguna maldición por su existencia. De pronto, se escucha un movimiento, el golpe de la piedra desmenuzada ¡hace bailar al ángel!. Se ha abierto un pasadizo que atraviesa el panteón. Dentro hay luz, una nube de aire rancio consigue escapar a la inmensidad de la madrugada.
La sombra se acerca al umbral, aguza el oído... por el corredor avanza un eco que clama, "¡entra ya shikillo, que hase frío!" La sombra osculta la placa: "cenotafio al ciudadano de a pie".