Don Juan no me volvió a hablar de la maestría de estar consciente de
ser hasta meses después. Estábamos entonces en la casa donde vivía todo el
grupo de videntes.
-Vamos a caminar un rato -me dijo don Juan secamente, poniendo una
mano sobre mi hombro-. O mejor todavía, vamos donde hay mucha gente, a la plaza
del pueblo y nos sentamos a platicar.
Me sorprendió muchísimo que me hablara; ya llevaba yo varios días en
la casa y ni siquiera contestaba mis saludos.
Al momento en que don Juan y yo salíamos de la casa, la Gorda nos
interceptó y nos exigió que la lleváramos con nosotros. Parecía estar
determinada a seguirnos. Con voz muy firme don Juan le dijo que tenía que
discutir algo conmigo en privado.
-Van a hablar de mí -dijo la Gorda; su tono y sus gestos traicionaban
tanto su desconfianza como su enojo.
-Pues, sí -repuso don Juan secamente. Pasó frente a ella sin volverse
a mirarla.
Lo seguí, y caminamos en silencio hasta la plaza del pueblo. Cuando
nos sentamos le pregunté que qué demonios podríamos discutir acerca de la
Gorda. Todavía me molestaba la amenazante manera como me había mirado cuando
salíamos de la casa.
-No tenemos nada que discutir acerca de la Gorda o de ninguna otra
persona -repuso-. Le dije eso sólo para aguijonear su enorme importancia
personal. Y dio resultado. Está furiosa con nosotros. Yo la conozco bien,
estuvo hablando consigo misma y ya se dijo lo suficiente para darse confianza y
para sentirse indignada porque no la trajimos y por haber quedado como tonta.
No me sorprendería si se nos viene encima en esta banca.
-Si no vamos a hablar de la Gorda, ¿de qué vamos a hablar? -le
pregunté.
-Vamos a continuar la discusión que comenzamos en Oaxaca -contestó-.
Entender esta explicación va a requerir tu esfuerzo máximo. Tienes que estar
dispuesto a cambiar una y otra vez de niveles de conciencia, y mientras estemos
envueltos en nuestra plática exigiré de ti total concentración y paciencia.
Quejándome a medias, le dije que me había hecho sentirme muy mal al
negarse a hablarme desde mi llegada a su casa. Me miró y arqueó las cejas. Una
sonrisa apareció fugazmente en sus labios y se desvaneció. Me di cuenta de que
me daba a entender que yo estaba tan confuso como la Gorda.
-Te estuve aguijoneando tu importancia personal -dijo frunciendo el
ceño-. La importancia personal es nuestro mayor enemigo. Piénsalo, aquello que
nos debilita es sentirnos ofendidos por los hechos y malhechos de nuestros
semejantes. Nuestra importancia personal requiere que pasemos la mayor parte de
nuestras vidas ofendidos por alguien. "Los nuevos videntes recomendaban
que se debían llevar a cabo todos los esfuerzos posibles para erradicarla de la
vida de los guerreros. Yo he seguido esa recomendación al pie de la letra y he
tratado de demostrarte por todos los medios posibles que sin importancia
personal somos invulnerables.
Mientras lo escuchaba, de
pronto, sus ojos se volvieron muy brillantes. La idea que se me ocurrió, de
inmediato, fue que parecía estar a punto de reírse y que no había motivo para
hacerlo, cuando me sobresalto una repentina y dolorosa bofetada en el lado
derecho de la cara.
Me levanté de un salto. La
Gorda estaba parada a mis espaldas, con la mano aun alzada. Su cara estaba roja
de ira.
-¡Ahora si puedes decir lo que quieras de mí, y con mas razón!
-gritó-. ¡Pero si tienes algo que decir, dímelo en mi cara, hijo de la
chingada!
Su arranque pareció haberla agotado; se sentó en el suelo y comenzó a
llorar. Don Juan estaba inmovilizado por un júbilo inexpresable. Yo estaba
tieso de pura furia. La Gorda me fulminó con la mirada y luego se volvió hacia
don Juan y le dijo sumisamente que no teníamos ningún derecho a criticarla.
Don Juan se rió con tanta fuerza que se dobló casi hasta el suelo. Ni
siquiera podía hablar. Dos o tres veces trató de decirme algo, pero finalmente
se incorporó y se alejó, con el cuerpo aun sacudido por espasmos de risa.
Yo estaba a punto de correr tras él, todavía furioso contra la Gorda,
quien en ese momento me parecía despreciable, cuando me ocurrió algo
extraordinario. Supe, instantáneamente, que era lo que había hecho reír tanto a
don Juan. La Gorda y yo éramos horrendamente parecidos. Nuestra importancia
personal era gigantesca. Mi sorpresa y mi furia al ser abofeteado eran exactamente
iguales a la ira y la desconfianza de la Gorda. Don Juan tenia razón. La carga
de la importancia personal es en verdad un terrible estorbo.
Corrí tras el, exaltado, lágrimas me brotaban de los ojos. Lo alcancé
y le dije lo que había comprendido. En sus ojos había un brillo de malicia y
deleite.
-¿Qué puedo hacer por la Gorda? -pregunté.
-Nada -contestó-. Los actos de darse cuenta son siempre personales.
Cambió el tema y dijo que los augurios nos decían que prosiguiéramos
nuestra discusión en casa, ya fuera en una sala amplia con cómodos sillones o
bien en el patio trasero, que tenía un corredor techado a su alrededor. Dijo
que en cada ocasión que llevara a cabo sus explicaciones dentro de la casa esas
dos áreas quedarían vedadas para todos los demás.
Regresamos a la casa. Don Juan
le contó a todos lo que había hecho la Gorda. El deleite de los videntes y las
bromas que le hicieron al respecto, aumentó el desasosiego de la Gorda.
-La importancia personal no puede combatirse con delicadezas -comentó don
Juan cuando expresé mi preocupación acerca del estado de animo de la Gorda.
Pidió luego a todos que abandonaran el cuarto. Nos sentamos y don Juan
comenzó sus explicaciones.
Dijo que los videntes, antiguos y nuevos, se dividen en dos
categorías. La primera queda integrada por aquellos que están dispuestos a
ejercer control sobre sí mismos. Esos videntes son los que pueden canalizar sus
actividades hacia objetivos pragmáticos que beneficiarían a otros videntes y al
hombre en general. La otra categoría está compuesta de aquellos a quienes no
les importa ni el control de sí mismos ni ningún objetivo pragmático. se piensa
de manera unánime entre los videntes que estos últimos no han podido resolver
el problema de la importancia personal.
-La importancia personal no es algo sencillo e ingenuo -explicó-. Por
una parte, es el núcleo de todo lo que tiene valor en nosotros, y por otra, el
núcleo de toda nuestra podredumbre. Deshacerse de la importancia personal
requiere una obra maestra de estrategia. Los videntes de todas las épocas han
conferido las más altas alabanzas a quienes lo han logrado.
Me quejé de que, aunque a veces me parecía muy atractiva, la idea de
erradicar la importancia personal me era realmente incomprensible; le dije que
sus directivas y sugerencias para deshacerse de ella eran tan vagas que no
había modo de implementarlas.
-Estoy ya cansado de repetirte -dijo-, que para poder seguir el camino
del conocimiento uno tiene que ser muy imaginativo. Como lo estás comprobando
tú mismo, todo está oscuro en el camino del conocimiento. La claridad cuesta
muchísimo trabajo, muchísima imaginación.
Mi zozobra me hizo argüir que sus amonestaciones sobre la importancia
personal me recordaban a los catecismos. Y si algo era odioso para mí era el
recuerdo de los sermones acerca del pecado. Los encontraba yo siniestros.
-Los guerreros combaten la importancia personal como cuestión de
estrategia, no como cuestión de fe -repuso-. Tu error es entender lo que digo
en términos de moralidad.
-Yo lo veo a usted como un hombre de gran moralidad -insistí.
-Lo que tú estas viendo como moralidad es simplemente mi impecabilidad
-dijo.
-El concepto de la impecabilidad, así como el de deshacerse de la
importancia personal, es un concepto demasiado vago para serme útil -le comenté.
Don Juan se atragantó de risa, y yo lo desafié a que explicara la
impecabilidad.
-La impecabilidad no es otra cosa que el uso adecuado de la energía
-dijo-. Todo lo que yo te digo no tiene un ápice de moralidad. He ahorrado
energía y eso me hace impecable. Para poder entender esto, tú tienes que haber
ahorrado suficiente energía, o no lo entenderás jamás.
Durante largo tiempo permanecimos en silencio. Yo quería pensar en lo
que había dicho. De repente, comenzó a hablar de nuevo.
-Los guerreros hacen inventarios estratégicos -dijo-. Hacen listas de
sus actividades y sus intereses. Luego deciden cuáles de ellos pueden cambiarse
para, de ese modo, dar un descanso a su gasto de energía.
Yo alegué que una lista de esa naturaleza tendría que incluir todo lo
imaginable. Con mucha paciencia me contestó que el inventario estratégico del
que hablaba sólo abarcaba patrones de comportamiento que no eran esenciales
para nuestra supervivencia y bienestar.
Yo aproveché la oportunidad para señalarle que la supervivencia y el
bienestar eran categorías que podían interpretarse de incontables maneras. Le
argüí que no era posible ponerse de acuerdo sobre lo que era o no era esencial
para nuestra supervivencia y bienestar.
Conforme seguí hablando, comencé a perder mi impulso original.
Finalmente, me detuve porque me di cuenta de la inutilidad de mis argumentos.
Me di cuenta de que don Juan estaba en lo cierto cuando decía que mi pasión era
hacerme el difícil.
Don Juan dijo entonces que en los inventarios estratégicos de los guerreros,
la importancia personal figura como la actividad que consume la mayor cantidad
de energía, y que por eso se esforzaban por erradicarla.
-Una de las primeras preocupaciones del guerrero es liberar esa
energía para enfrentarse con ella a lo desconocido -prosiguió don Juan-. La
acción de recanalizar esa energía es la impecabilidad.
Dijo que la estrategia más efectiva fue desarrollada por los videntes
de la Conquista, los indiscutibles maestros del acecho, y que consiste
en seis elementos que tienen influencia recíproca. Cinco de ellos se llaman los
atributos del ser guerrero: control, disciplina, refrenamiento, la habilidad de
escoger el momento oportuno y el intento. Estos cinco elementos
pertenecen al mundo privado del guerrero que lucha por perder su importancia
personal. El sexto elemento, que es quizás el más importante de todos,
pertenece al mundo exterior y se llama el pinche tirano. Me miró como si en
silencio me preguntara si le había entendido o no.
-Estoy realmente perdido -dije-. El otro día dijo usted que la Gorda
es la pinche tirana de mi vida. ¿Qué es exactamente un pinche tirano?
-Un pinche tirano es un torturador -contestó-. Alguien que tiene el
poder de acabar con los guerreros, o alguien que simplemente les hace la vida
imposible.
Don Juan sonrío con un aire de malicia y dijo que los nuevos videntes
desarrollaron su propia clasificación de los pinches tiranos. Aunque el
concepto es uno de sus hallazgos más serios e importantes, los nuevos videntes
lo tomaban muy a la ligera. Me aseguró que había un tinte de humor malicioso en
cada una de sus clasificaciones, porque el humor era la única manera de
contrarrestar la compulsión humana de hacer engorrosos inventarios y
clasificaciones.
De conformidad con sus prácticas humorísticas los nuevos videntes
juzgaron correcto encabezar su clasificación con la fuente primaria de energía,
el único y supremo monarca en el universo, y le llamaron simplemente el tirano.
Naturalmente, encontraron que los demás déspotas y autoritarios quedaban
infinitamente por debajo de la categoría de tirano. Comparados con la fuente de
todo, los hombres más temibles son bufones, y por lo tanto, los nuevos videntes
los clasificaron como pinches tiranos.
La segunda categoría consiste en algo menor que un pinche tirano. Algo
que llamaron los pinches tiranitos; personas que hostigan e infligen injurias,
pero sin causar de hecho la muerte de nadie. A la tercera categoría le llamaron
los repinches tiranitos o los pinches tiranitos chiquititos, y en ella pusieron
a las personas que sólo son exasperantes y molestos a más no poder.
Las clasificaciones me parecieron ridículas. Estaba seguro de que don
Juan improvisaba los términos. Le pregunté si era así.
-De ningún modo -contestó con expresión divertida-. Los nuevos
videntes eran estupendos para hacer clasificaciones. Sin duda alguna, Genaro es
uno de los mejores; si lo observaras con cuidado, te darías cuenta exacta de
como se sienten los nuevos videntes con respecto a las clasificaciones.
Cuando le pregunté si me estaba tomando el pelo se rió a carcajadas.
-Jamás te haría eso -dijo sonriendo-. Quizá Genaro lo haga, pero no
yo, especialmente cuando sé lo serio que son para ti las clasificaciones. Lo
malo es que los nuevos videntes eran terriblemente irreverentes.
Agregó que la categoría de los pinches tiranitos había sido dividida
en cuatro más. Una estaba compuesta por aquellos que atormentan con brutalidad
y violencia. Otra, por aquellos que lo hacen creando insoportable aprensión.
Otra, por aquellos que oprimen con tristeza. Y la última, por esos que
atormentan haciendo enfurecer.
-La Gorda está en una categoría especial -agregó. Es una repinche
tiranita suplente. Te hace la vida imposible, por el momento. Hasta te da de
bofetadas. Con todo eso te está enseñando a ser imparcial, a ser indiferente.
-¿Cómo puede ser eso posible? -protesté.
-Todavía no has puesto en juego los ingredientes de la estrategia de
los nuevos videntes -dijo-. Una vez que lo hagas, sabrás cuán eficaz e
ingeniosa es la estratagema de usar a un pinche tirano. Te aseguro que no sólo
elimina la importancia personal, sino que también prepara a los guerreros para
entender que la impecabilidad es lo único que cuenta en el camino del
conocimiento.
Dijo que la estrategia de los nuevos videntes era una maniobra mortal
en la cual el pinche tirano es como una cúspide montañosa, y los atributos del
ser guerrero son como enredaderas que trepan hasta la cima.
-Generalmente solo se usan los primeros cuatro atributos -prosiguió-.
El quinto, el intento, se reserva siempre para la última confrontación,
como diríamos, para cuando los guerreros se enfrentan al pelotón de
fusilamiento.
-¿A qué se debe esto?
-A que el intento pertenece a otra esfera, a la esfera de lo
desconocido. Los otros cuatro pertenecen a lo conocido, exactamente donde se
encuentran aposentados los pinches tiranos. De hecho, lo que convierte a los
seres humanos en pinches tiranos es precisamente el obsesivo manejo de lo
conocido.
Don Juan explicó que sólo los videntes que son guerreros impecables y
que tienen control sobre el intento logran el engranaje de todos los
cinco atributos. Una acción de esa naturaleza es una maniobra suprema que no
puede realizarse en el nivel humano de todos los días.
-Cuatro atributos es todo lo que se necesita para tratar con los
peores pinches tiranos -continuó-. Claro está, siempre y cuando se haya
encontrado a un pinche tirano. Como dije, el pinche tirano es el elemento
externo, el que no podemos controlar y el elemento que es quizás el más
importante de todos. Mi benefactor siempre decía que el guerrero que se topa
con un pinche tirano es un guerrero afortunado. Su filosofía era que si no
tienes la suerte de encontrar a uno en tu camino, tienes que salir a buscarlo.
Explicó que uno de los más grandes logros de los videntes de la época
colonial fue un esquema que él llamaba la progresión de tres vueltas. Los
videntes, al entender la naturaleza del hombre, llegaron a la conclusión
indisputable de que si uno se las puede ver con los pinches tiranos, uno
ciertamente puede enfrentarse a lo desconocido sin peligro, y luego incluso,
uno puede sobrevivir a la presencia de lo que no se puede conocer.
-La reacción del hombre común y corriente es pensar que debería
invertirse ese orden -prosiguió-. Es natural creer que un vidente que se puede
enfrentar a lo desconocido puede, por cierto, hacer cara a cualquier pinche
tirano. Pero no es así. Lo que destruyó a los soberbios videntes de la
antigüedad fue esa suposición.
Es solo ahora que lo sabemos. Sabemos que nada puede templar tan bien
el espíritu de un guerrero como el tratar con personas imposibles en posiciones
de poder. Solo bajo esas circunstancias pueden los guerreros adquirir la
sobriedad y la serenidad necesarias para ponerse frente a frente a lo que no se
puede conocer.
A grandes voces, disentí con él. Le dije que, en mi opinión, los
tiranos convierten a sus víctimas en seres indefensos o en seres tan brutales
como los tiranos mismos. Señalé que se habían realizado incontables estudios
sobre los efectos de la tortura física y sociológica sobre ese tipo de
víctimas.
-La diferencia está en algo que acabas de decir -repuso-. Tú hablas de
víctimas, no de guerreros. Yo también creía lo mismo que tú. Ya te contaré lo
que me hizo cambiar, pero primero volvamos otra vez a lo que te estaba diciendo
acerca de los tiempos coloniales. Los videntes de aquella época tuvieron la
mejor oportunidad. Los españoles fueron tales pinches tiranos que pudieron
poner a prueba las habilidades más recónditas de esos videntes; después de
lidiar con los conquistadores, los videntes estaban listos para encarar
cualquier cosa. Ellos fueron los afortunados. En aquel entonces había pinches
tiranos hasta en el mole.
"Después de esos maravillosos años de abundancia, las cosas
cambiaron mucho. Nunca más volvieron a tener tanto alcance los pinches tiranos;
sólo durante aquella época fue ilimitada su autoridad. El ingrediente perfecto
para producir un soberbio vidente es un pinche tirano con prerrogativas
ilimitadas.
"Desgraciadamente, en nuestros días, los videntes tienen que
llegar a extremos para encontrar un pinche tirano que valga la pena. La mayor
parte del tiempo tienen que conformarse con insignificancias.
-¿Usted encontró a un pinche tirano, don Juan?
-Tuve suerte. Un verdadero ogro me encontró a mí. Sin embargo, en
aquel entonces, yo me sentía como tú, no podía considerarme afortunado, aunque
mi benefactor me decía lo contrario.
Don Juan dijo que su penosa experiencia comenzó unas semanas antes de
conocer a su benefactor. Apenas tenia veinte años de edad en aquel entonces.
Había conseguido un empleo como jornalero en un molino de azúcar. Siempre había
sido muy fuerte, y por eso le era fácil conseguir trabajos para los que se
requerían músculos. Un día, mientras movía unos pesados costales de azúcar
llegó una señora. Estaba muy bien vestida y parecía ser mujer rica y de
autoridad. Dijo don Juan que la señora quizá tenía unos cincuenta años de edad,
y que se le quedó viendo, luego habló con el capataz y partió.
El capataz se acercó a don Juan, diciéndole que si le pagaba, él lo
recomendaría para un trabajo en la casa del patrón. Don Juan le respondió que
no tenía un centavo. El capataz sonrió y le dijo que no se preocupara, que el
día de pago tendría bastante. Palmeó la espalda de don Juan y le aseguró que
era un gran honor trabajar para el patrón.
Don Juan dijo que, puesto que él era un humilde indio ignorante que
vivía al día, no solo se creyó hasta la ultima palabra, sino que hasta creyó
que una hada benévola le había hecho un regalo. Prometió pagarle al capataz lo
que quisiera. El capataz mencionó una considerable suma, que tenia que pagarse
en abonos.
De inmediato, el capataz llevó a don Juan a la casa del patrón que
quedaba bastante lejos del pueblo, y ahí lo dejó con otro capataz, un hombre
enorme, sombrío y de físico horrible que le hizo muchas preguntas. Quería saber
acerca de la familia de don Juan. Don Juan le contestó que no tenía familia
alguna. Eso agradó tanto al hombre que llegó a sonreír, mostrando sus dientes
carcomidos.
Le prometió a don Juan que le pagarían mucho, y que incluso estaría en
posición de ahorrar dinero, porque no tendría que gastarlo ya que iba a vivir y
comer en la casa.
La manera como el hombre se rió aterró tanto a don Juan que de
inmediato trató de salir corriendo. Llegó hasta la entrada, pero el hombre le
cortó el camino con un revólver en la mano. Lo amartilló y lo empujó con fuerza
contra el estómago de don Juan.
-Estás aquí para trabajar como burro -dijo-. Que no se te olvide.
Con mucha fuerza empujó a don
Juan, y le pegó con un garrote. Lo arrastró a un costado de la casa y después
de comentar que él hacía trabajar a sus hombres de sol a sol y sin descanso,
puso a trabajar a don Juan, desenterrando dos enormes troncos de árbol
cortados. También le dijo a don Juan que si otra vez intentaba escapar o acudir
a las autoridades lo mataría a balazos.
-Trabajarás aquí hasta que te mueras -le dijo-. Y después otro indio
tomará tu puesto, así como tú estás tomando el puesto de un indio muerto.
Don Juan dijo que la casa parecía una fortaleza inexpugnable, con
hombres armados con machetes por doquier. Así que hizo lo único sensato que
podía hacer: ponerse a trabajar y tratar de no pensar en sus cuitas. Al final
de la jornada, el hombre regresó y, porque no le gustó la mirada desafiante en
los ojos de don Juan, se lo llevó a patadas hasta la cocina. Amenazó a don Juan
con cortarle los tendones de los brazos si no le obedecía.
En la cocina una vieja le sirvió comida, pero don Juan estaba tan
perturbado que no podía comer. La vieja le aconsejó que comiera todo porque
tenía que fortalecerse ya que su trabajo jamás terminaría. Le advirtió que el
hombre que ocupaba su lugar había muerto el día anterior. Estaba demasiado
débil y se cayó de una ventana del segundo piso.
Don Juan dijo que trabajó en la casa del patrón por tres semanas, y
que el hombre abusó de él a cada instante. Bajo la amenaza constante de su
cuchillo, pistola o garrote, el capataz lo hizo trabajar en las más peligrosas
condiciones, haciendo los trabajos más pesados que es posible imaginar. Cada
día lo mandaba a los establos a limpiar los pesebres mientras seguían en ellos
los nerviosos garañones. Al comenzar el día, don Juan tenia siempre la certeza
de que no iba a sobrevivirlo. Y sobrevivir sólo significaba que tendría que
pasar otra vez por el mismo infierno al día siguiente.
Lo que precipitó la escena final fue la petición que don Juan hizo en
un día feriado. Pidió unas horas para ir al pueblo a pagarle el dinero que le
debía al capataz del molino de azúcar. Era un pretexto. El capataz se dio
cuenta y repuso que don Juan no podía dejar de trabajar, ni siquiera un minuto,
porque estaba endeudado hasta las orejas por el solo privilegio de trabajar
allí.
Don Juan tuvo la certeza de que ahora si estaba perdido. Entendió las
maniobras de los dos capataces: estaban de acuerdo para hacerse de indios
pobres del molino, trabajarlos hasta la muerte y dividirse sus salarios. Al
darse cabal cuenta de todo esto don Juan explotó. Comenzó a dar gritos
histéricos; gritando atravesó la cocina y entró a la casa principal. Sorprendió
tan por completo al capataz y a los otros trabajadores que pudo salir corriendo
por la puerta delantera. Casi logró huir, pero el capataz lo alcanzó y en medio
del camino le pegó un tiro en el pecho y lo dio por muerto.
Don Juan dijo que su destino no fue morir; ahí mismo lo encontró su
benefactor y lo cuidó hasta que se repuso.
-Cuando le conté toda la historia a mi benefactor -prosiguió don
Juan-, apenas logró contener su emoción. "Ese capataz es un verdadero
tesoro" dijo mi benefactor. "Es algo demasiado raro para ser
desperdiciado. Algún día tienes que volver a esa casa".
"Se deshacía en elogiar a mi suerte de encontrar un pinche
tirano, único en su género, con un poder casi ilimitado. Pensé que el señor
estaba loco. Me tomó años entender cabalmente lo que me dijo en ese entonces.
-Este es uno de los relatos más horribles que he escuchado en mi vida
-dije-. ¿Realmente volvió usted a esa casa?
-Claro que volví, tres años después. Mi benefactor tenia razón. Un
pinche tirano como aquel era único en su género y no podía desperdiciarse.
-¿Cómo logró usted regresar?
-Mi benefactor ideó una estrategia utilizando los cuatro atributos del
ser guerrero: control, disciplina, refrenamiento y la habilidad de escoger el
momento oportuno.
Don Juan dijo que su benefactor, al explicarle lo que él tenía que
hacer en la casa del patrón para enfrentar a aquel ogro de hombre, también le
reveló que los nuevos videntes consideraban que habían cuatro pasos en el
camino del conocimiento. El primero es el paso que dan los seres humanos
comunes y corrientes al convertirse en aprendices. Al momento que los
aprendices cambian sus ideas acerca de sí mismos y acerca del mundo, dan el
segundo paso y se convierten en guerreros, es decir, en seres capaces de la
máxima disciplina y control sobre si mismos. El tercer paso, que dan los
guerreros, después de adquirir refrenamiento y la habilidad de escoger el
momento oportuno, es convertirse en hombres de conocimiento. Cuando los hombres
de conocimiento aprenden a ver, han dado el cuarto paso y se han
convertido en videntes.
Su benefactor recalcó el hecho de que don Juan ya había recorrido el
camino del conocimiento lo suficiente para haber adquirido un mínimo de los dos
primeros atributos: control y disciplina.
-En aquel entonces, me estaban vedados los otros dos atributos
-prosiguió don Juan-. El refrenamiento y la habilidad de escoger el momento
oportuno quedan en el ámbito del hombre de conocimiento. Mi benefactor me
permitió el acceso a ellos a través de su estrategia.
-¿Significa eso que usted no hubiera podido enfrentarse al pinche
tirano por su cuenta? -pregunté.
-Estoy seguro de que hubiera podido hacerlo yo solo, aunque siempre he
dudado que hubiera podido hacerlo con estilo y elegancia. Mi benefactor
disfrutó inmensamente dirigiendo mi tarea. La idea de usar un pinche tirano no
es solo para perfeccionar el espíritu sino también para la felicidad y el gozo
del guerrero.
-¿Cómo podría alguien gozar con el monstruo que describió usted?
-Ese señor no era nada en comparación con los verdaderos monstruos que
los nuevos videntes enfrentaron durante la Colonia. Todo parece indicar que
aquellos videntes se quedaron bizcos de tanta diversión. Probaron que hasta los
peores pinches tiranos son un encanto, claro esta, siempre y cuando uno sea
guerrero.
Don Juan explicó que el error de cualquier persona que se enfrenta a
un pinche tirano es no tener una estrategia en la cual apoyarse; el defecto
fatal es tomar demasiado en serio los sentimientos propios, así como las
acciones de los pinches tiranos. Los guerreros por otra parte, no solo tienen
una estrategia bien pensada, sino que están también libres de la importancia
personal. Lo que acaba con su importancia personal es haber comprendido que la
realidad es una interpretación que hacemos. Ese conocimiento fue la ventaja
definitiva que los nuevos videntes tuvieron sobre los españoles.
Dijo que estaba convencido de que podía derrotar al capataz usando
solamente la convicción de que los pinches tiranos se toman mortalmente en
serio, mientras que los guerreros no.
Siguiendo el plan estratégico de su benefactor, don Juan volvió a
conseguir trabajo en el mismo molino de azúcar. Nadie recordó que él trabajó
allí; los peones trabajaban en el molino de azúcar por temporadas.
La estrategia de su benefactor especificaba que don Juan tenia que ser
esmerado y circunspecto con quien fuera que llegara buscando otra víctima.
Resultó que la misma señora llegó, como lo había hecho años antes y se fijó
inmediatamente en don Juan, quien tenía aún más fuerza física que la vez
anterior.
Tuvo lugar la misma rutina con el capataz. Sin embargo, la estrategia
requería que don Juan, desde el principio, rehusara pago alguno al capataz. Al
hombre jamás se le había hecho eso, y quedó asombrado. Amenazó con despedir a
don Juan del trabajo. Don Juan lo amenazó por su parte, diciendo que iría
directamente a la casa de la señora a verla. Le dijo al capataz que él sabía
donde vivía ella, porque trabajaba en los campos aledaños cortando caña de
azúcar. El hombre comenzó a regatear, y don Juan le exigió dinero antes de
aceptar ir a casa de la señora. El capataz cedió y le entregó algunos billetes.
Don Juan se dio perfecta cuenta de que el capataz accedía sólo como ardid para
conseguir que aceptara el trabajo.
El mismo me llevó de nuevo a la casa -dijo don Juan-. Era una vieja
hacienda propiedad de la gente del molino de azúcar; hombres ricos que o bien
sabían lo que pasaba y no les importaba, o eran demasiado indiferentes para
darse cuenta.
"En cuanto llegamos ahí, corrí a buscar a la señora. La encontré,
caí de rodillas y besé su mano para darle las gracias. Los dos capataces
estaban lívidos.
"El capataz de la casa me hizo lo mismo que antes. Pero yo estaba
preparadísimo para tratar con él; tenía yo control y disciplina. Todo resultó tal
como lo planeó mi benefactor. Mi control me hizo cumplir con las más absurdas
necedades del tipo. Lo que generalmente nos agota en una situación como ésa es
el deterioro que sufre nuestra importancia personal. Cualquier hombre que tiene
una pizca de orgullo se despedaza cuando lo hacen sentir inútil y estúpido.
“Con gusto hacía yo todo lo que el capataz me pedía. Yo estaba feliz y
lleno de fuerza. Y no me importaban un comino mi orgullo o mi terror. Yo estaba
ahí como guerrero impecable. El afinar el espíritu cuando alguien te pisotea se
llama control.”
Don Juan explicó que la estrategia de su benefactor requería de que en
lugar de sentir compasión por sí mismo, como lo había hecho antes, se dedicara
de inmediato a explorar el carácter del capataz, sus debilidades, sus
peculiaridades.
Encontró que los puntos más fuertes del capataz eran su osadía y su
violencia. Había balaceado a don Juan a plena luz del día y ante veintenas de
espectadores. Su gran debilidad era que le gustaba su trabajo y que no quería ponerlo
en peligro. Bajo ninguna circunstancia intentaría matar a don Juan dentro de la
propiedad, durante el día. Su otra gran debilidad consistía en que era hombre
de familia. Tenia una esposa e hijos que vivían en una casucha cerca de la
casa.
-Reunir toda esta información mientras te golpean se llama disciplina
-dijo don Juan-. El hombre era un demonio. No tenia ninguna gracia que lo
salvara. Según los nuevos videntes, el perfecto pinche tirano no tiene ninguna
característica redentora.
Don Juan dijo que los dos últimos atributos del ser guerrero, que él
aún no tenia en aquel entonces, habían quedado automáticamente incluidos en la
estrategia de su benefactor. El refrenamiento es esperar con paciencia, sin
prisas, sin angustia; es una sencilla y gozosa retención del pago que tiene que
llegar.
-Mi vida era una humillación diaria -prosiguió don Juan-, a veces
hasta lloraba cuando el hombre me pegaba con su látigo, y sin embargo, yo era
feliz. La estrategia de mi benefactor fue lo que me hizo aguantar de un día a
otro sin odiar a nadie. Yo era un guerrero. Sabía que estaba esperando y sabía
qué era lo que esperaba. Precisamente en eso radica el gran regocijo del ser
guerrero.
Agregó que la estrategia de su benefactor incluía acosar
sistemáticamente al hombre, escudándose siempre tras un orden superior, así
como habían hecho los videntes del nuevo ciclo, durante la Colonia, al
escudarse con la iglesia católica. Un humilde sacerdote era a veces más
poderoso que un noble.
El escudo de don Juan era la señora dueña de la casa. Cada vez que la
veía se hincaba ante ella y la llamaba santa. Le rogaba que le diera la medalla
de su santo patrón para que él pudiera rezarle por su salud y bienestar.
-Me dio una medalla de la virgen -prosiguió don Juan-, y eso casi
aniquiló al capataz. Y cuando conseguí que las cocineras se reunieran a rezar
por la salud de la patrona casi sufrió un ataque al corazón. Creo que entonces
decidió matarme. No le convenía dejarme seguir adelante.
"A manera de contramedida organicé un rosario entre todos los
sirvientes de la casa. La señora creía que yo tenia todas las características
de un santo.
"Después de aquello ya no dormía profundamente, ni dormía en mi
cama. Cada noche me subía al techo de la casa. Desde allí vi dos veces al
hombre llegar a mi cama con un cuchillo.
"Todos los días me empujaba a los pesebres de los garañones con
la esperanza de que me mataran a patadas, pero yo tenia una plancha de tablas
pesadas que apoyaba en una de las esquinas. Yo me escondía detrás de ella y me
protegía de las patadas de caballo. El hombre nunca lo supo porque los caballos
le daban náuseas; era otra de sus debilidades, la más mortal de todas, como
resultó al fin.
Don Juan dijo que la habilidad de escoger el momento oportuno es una
cualidad abstracta que pone en libertad todo lo que está retenido. Control,
disciplina y refrenamiento son como un dique detrás del cual todo está
estancado. La habilidad de escoger el momento oportuno es la compuerta del
dique.
El capataz sólo conocía la violencia, con la cual aterrorizaba. Si se
neutralizaba su violencia quedaba casi indefenso. Don Juan sabía que el hombre
no se atrevería a matarlo a la vista de la gente de la casa, así. que un día,
en presencia de otros trabajadores y también de la señora, don Juan insultó al
hombre. Le dijo que era un cobarde y un asesino que se amparaba con el puesto
de capataz.
La estrategia de su benefactor exigía que don Juan estuviera alerta
para escoger y aprovechar el momento oportuno y voltearle las cartas al pinche
tirano. Cosas inesperadas siempre suceden así. De repente, el más bajo de los
esclavos se burla del déspota, lo vitupera, lo hace sentirse ridículo frente a
testigos importantes, y luego se escabulle sin darle tiempo de tomar
represalias.
-Un momento después -prosiguió don Juan-, el hombre enloqueció de
rabia, pero yo ya estaba piadosamente hincado frente a la patrona.
Don Juan dijo que cuando la señora entró a su recamara, el capataz y
sus amigos lo llamaron a la parte trasera de la casa, supuestamente para hacer
un trabajo.
El hombre estaba muy pálido, blanco de ira. Por el tono de su voz don
Juan supo lo que el hombre pensaba hacer con él. Don Juan fingió obedecer, pero
en vez de dirigirse adonde el capataz le ordenaba corrió hacia los establos.
Confiaba en que los caballos harían tanto ruido que los dueños de la casa
saldrían a ver lo que pasaba. Sabía quo el hombre no se atrevería a dispararle,
y que tampoco se acercaría adonde estaban los caballos. Esa suposición no se
cumplió. Don Juan había empujado al hombre más allá de sus límites.
-Salté al pesebre del más salvaje de los caballos -dijo don Juan-, y
el pinche tirano, cegado por la rabia, sacó su cuchillo y se metió tras de mí.
Al instante, me escondí detrás de mis tablas. El caballo le dio una sola patada
y todo acabó.
"Yo había pasado seis meses en esa casa,. y durante ese periodo
ejercí los cuatro atributos de ser guerrero. Gracias a ellos había triunfado.
Ni una sola vez. sentí compasión por mí mismo, ni lloré de impotencia. Sólo
sentí regocijo y serenidad. Mi control y mi disciplina estuvieron afilados como
nunca lo estuvieron. Además, experimenté directamente, aunque no los tenía, lo
que siente el guerrero impecable cuando usa el refrenamiento y la habilidad de
escoger el momento oportuno."
"Mi benefactor explicó algo muy interesante. Refrenamiento
significa retener con el espíritu algo que el guerrero sabe que justamente debe
cumplirse. No significa que el guerrero ande por ahí pensando en hacerle mal a
alguien, o planeando cómo vengarse y saldar cuentas. El refrenamiento es algo
independiente. Mientras el guerrero tenga control, disciplina y la habilidad de
escoger el momento oportuno, el refrenamiento asegura que recibirá su completo
merecido quienquiera que se lo haya ganado."
-¿Triunfan alguna vez los pinches tiranos, y destruyen al guerrero que
se les enfrenta? -pregunté.
-Desde luego. Durante la Conquista y la Colonia los guerreros murieron
como moscas. Sus filas se vieron diezmadas. Los pinches tiranos podían condenar
a muerte a cualquiera, por un simple capricho. Bajo ese tipo de presión, los
videntes alcanzaron estados sublimes.
Aseguró don Juan que, en esa época, los videntes que sobrevivieron
tuvieron que forzarse hasta el límite para encontrar nuevos caminos.
-Los nuevos videntes -dijo don Juan mirándome con fijeza- usaban a los
pinches tiranos no sólo para deshacerse de su importancia personal sino también
para lograr la muy sofisticada maniobra de desplazarse fuera de este mundo. Ya
entenderás esa maniobra conforme vayamos discutiendo la maestría de estar consciente
de ser.
Le expliqué a don Juan que lo que yo le había preguntado era si, en el
presente, en nuestra época, los pinches tiranos podrían derrotar alguna vez a
un guerrero.
-Todos los días -contestó-. Las consecuencias no son tan terribles
como las del pasado. Hoy en día, por supuesto, los guerreros siempre tienen la
oportunidad de retroceder, luego reponerse y después volver. Pero el problema
de la derrota moderna es de otro género. El ser derrotado por un repinche
tiranito no es mortal sino devastador. En sentido figurado, el grado de
mortandad de los guerreros es elevado. Con esto quiero decir que los guerreros
que sucumben ante un repinche tirano son arrasados por su propio sentido de
fracaso. Para mí eso equivale a una muerte figurada.
-¿Cómo mide usted la derrota?
-Cualquiera que se une al pinche tirano queda derrotado. El enojarse y
actuar sin control o disciplina, el no tener refrenamiento es estar derrotado.
-¿Qué pasa cuando los guerreros son derrotados?
-O bien se reagrupan y vuelven a la pelea con más tino, o dejan el
camino del guerrero y se alinean de por vida a las filas de los pinches
tiranos.
C. Castaneda