Hay dos clases de personas que pueden llamarse razonables: las que
sirven a Dios de todo corazón y las que le buscan de todo corazón porque
aún no lo conocen.
Es tan dañino para el hombre conocer a Dios sin conocer su propia
miseria, que conocer su miseria sin conocer al Redentor que puede
curarle de ella. Tener uno solo de estos conocimientos sin el otro, he
aquí la causa del orgullo de los filósofos, que han conocido a Dios, y
no a su propia miseria, o la desesperación de los ateos, que conocen su
miseria sin conocer al Redentor.
Las condiciones más cómodas para vivir según el mundo, son las más
difíciles para vivir según Dios; y, al contrario, nada es tan difícil,
según el mundo, como la vida religiosa; nada es más fácil, según Dios;
nada es tan cómodo como un gran empleo y grandes bienes, según el mundo;
nada más difícil que vivir en él según Dios., y sin tomar en él parte y
gusto
No es necesario ser un espíritu muy cultivado para comprender que no hay
aquí abajo satisfacción verdadera y sólida; que todos nuestros placeres
no son otra cosa que vanidad; que nuestros males son infinitos; y que,
en fin, la muerte que nos amenaza en todos los instantes debe
infaliblemente colocarnos dentro de pocos años en la infalible realidad
de ser eternamente aniquilados o desgraciados.
Yo no sé quién me ha traído al mundo, ni lo que es el mundo, ni lo que
soy yo mismo. Permanezco en una ignorancia terrible de todas las cosas.
No sé lo que es mi cuerpo, ni mis sentidos, ni mi alma, ni esta parte de
mí mismo que piensa lo que estoy diciendo y que reflexiona sobre todo, y
sobre sí misma, y que, por otra parte, no se conoce tampoco. Veo estos
espantosos espacios del Universo que encierran, y me encuentro ligado a
un rincón de esta vasta extensión , sin que sepa por qué estoy colocado
en este lugar y no en otro, ni por qué este poco tiempo que me es dado
vivir me ha sido asignado a este punto, y no a otro, de toda la
eternidad que me precede y de toda la que me sigue.
Nada es tan importante al hombre como su estado; nada le es tan temible
como la eternidad; a sí, el hecho de que se encuentren hombres tan
indiferentes a la pérdida de su estado y al peligro de una eternidad de
miserias, no es cosa natural. Bien diferentes son respecto a las demás
cosas; temen las más ligeras, las prevén, las sienten; y ese mismo
hombre que pasa los días y las noches en la desesperación por la pérdida
de su empleo, o por alguna ofensa imaginaria a su honor, es el mismo
que sin inquietud y sin emoción sabe que va a perderlo todo a su muerte.
Es una cosa monstruosa ver a un mismo corazón, y a un mismo tiempo,
esta susceptibilidad ante las menores cosas y esta extraña impasibilidad
ante las mas grandes.
Los hombre no aman naturalmente sino aquello que puede serles útil. ¿Qué
ventaja hay para nosotros en oír decir a un hombre que él ha sacudido
el yugo, que no cree que haya un Dios que vele por nuestras acciones, y
que se considera como el único señor de su conducta y que no piensa
rendir cuentas sino a sí mismo? ¿Juzga él, por ventura, que esto nos
llevará a nosotros a tener, en adelante, confianza en él y a esperar sus
consuelos, sus socorros o sus consejos, en las necesidades de la vida?
¿Pretenden los que dicen tal, darnos mucho gusto cuando nos cuentan que
nuestra alma no es más que un poco de viento y humo, y así nos lo
cuentan con un tono de voz satisfecho y alegre? ¿No es al contrario, una
cosa que debiera decirse tristemente, como la cosa más triste que
existe en el mundo?
Pequeñas muestras de la gran obra de Blaise Pascal, "Pensamientos"