29/7/12

B. Pascal

Hay dos clases de personas que pueden llamarse razonables: las que sirven a Dios de todo corazón y las que le buscan de todo corazón porque aún no lo conocen.


Es tan dañino para el hombre conocer a Dios sin conocer su propia miseria, que conocer su miseria sin conocer al Redentor que puede curarle de ella. Tener uno solo de estos conocimientos sin el otro, he aquí la causa del orgullo de los filósofos, que han conocido a Dios, y no a su propia miseria, o la desesperación de los ateos, que conocen su miseria sin conocer al Redentor.
Las condiciones más cómodas para vivir según el mundo, son las más difíciles para vivir según Dios; y, al contrario, nada es tan difícil, según el mundo, como la vida religiosa; nada es más fácil, según Dios; nada es tan cómodo como un gran empleo y grandes bienes, según el mundo; nada más difícil que vivir en él según Dios., y sin tomar en él parte y gusto


No es necesario ser un espíritu muy cultivado para comprender que no hay aquí abajo satisfacción verdadera y sólida; que todos nuestros placeres no son otra cosa que vanidad; que nuestros males son infinitos; y que, en fin, la muerte que nos amenaza en todos los instantes debe infaliblemente colocarnos dentro de pocos años en la infalible realidad de ser eternamente aniquilados o desgraciados.


Yo no sé quién me ha traído al mundo, ni lo que es el mundo, ni lo que soy yo mismo. Permanezco en una ignorancia terrible de todas las cosas. No sé lo que es mi cuerpo, ni mis sentidos, ni mi alma, ni esta parte de mí mismo que piensa lo que estoy diciendo y que reflexiona sobre todo, y sobre sí misma, y que, por otra parte, no se conoce tampoco. Veo estos espantosos espacios del Universo que encierran, y me encuentro ligado a un rincón de esta vasta extensión , sin que sepa por qué estoy colocado en este lugar y no en otro, ni por qué este poco tiempo que me es dado vivir me ha sido asignado a este punto, y no a otro, de toda la eternidad que me precede y de toda la que me sigue.


Nada es tan importante al hombre como su estado; nada le es tan temible como la eternidad; a sí, el hecho de que se encuentren hombres tan indiferentes a la pérdida de su estado y al peligro de una eternidad de miserias, no es cosa natural. Bien diferentes son respecto a las demás cosas; temen las más ligeras, las prevén, las sienten; y ese mismo hombre que pasa los días y las noches en la desesperación por la pérdida de su empleo, o por alguna ofensa imaginaria a su honor, es el mismo que sin inquietud y sin emoción sabe que va a perderlo todo a su muerte. Es una cosa monstruosa ver a un mismo corazón, y a un mismo tiempo, esta susceptibilidad ante las menores cosas y esta extraña impasibilidad ante las mas grandes.


Los hombre no aman naturalmente sino aquello que puede serles útil. ¿Qué ventaja hay para nosotros en oír decir a un hombre que él ha sacudido el yugo, que no cree que haya un Dios que vele por nuestras acciones, y que se considera como el único señor de su conducta y que no piensa rendir cuentas sino a sí mismo? ¿Juzga él, por ventura, que esto nos llevará a nosotros a tener, en adelante, confianza en él y a esperar sus consuelos, sus socorros o sus consejos, en las necesidades de la vida? ¿Pretenden los que dicen tal, darnos mucho gusto cuando nos cuentan que nuestra alma no es más que un poco de viento y humo, y así nos lo cuentan con un tono de voz satisfecho y alegre? ¿No es al contrario, una cosa que debiera decirse tristemente, como la cosa más triste que existe en el mundo?






Pequeñas muestras de la gran obra de Blaise Pascal, "Pensamientos"