8/7/12

De perros y otras hecatombes

Dadas mis tendencias a hacer de mis estudios una tournée por las diferentes provincias andaluzas (primer destino: Cádiz. Segundo destino: Sevilla. Próximo destino: Granada. Y a saber qué sendas y parajes me deparará el futuro), comienza a hacerse sistemático que cada año por estas fechas me vea en la circunstancia (no sé si podría calificarse de coyuntura) de tener que sumergirme en una búsqueda acelerada, casi a contrarreloj, de piso en la ciudad escogida y compañeros/as de piso (que consecuentemente serán también compañeros de rutinas y anécdotas domésticas).
Finalmente, todo concluye del mismo modo: acabo sumida en una espiral de calles, números de teléfono, nombres de extraños que pretenden hacerse un hueco en mi humilde morada, humildes moradas que pretenden servir de hueco a mis compañeros y a mí, líneas de autobuses claves a memorizar... y un sinfín de cosas más. 
Por el momento, nada extraño, hasta que la espiral comienza a perder sentido y únicamente veo brazos, piernas, persianas atrancadas, ventanas que no cierran, inmobiliarias caníbales, caciques que atesoran con celo las casas de media ciudad, perros... ¡un momento! ¿perros? ¿he escrito bien? ¡inadmisible!
Yo, perrofóbica por excelencia, abriendo las puertas de mi casa a un cuerpo orgánico y peludo de esos que te persiguen para que les hagas carantoñas, mordedores en potencia, capaces algunos de tirarte al suelo sólo por jugar un poco, ¡como si fuese excusa!
No odio a los perros, sólo les temo. Tampoco les temo, me causan inseguridad: saber que hay un ser a mi lado que está vivo, me ve, me oye y hasta interactúa conmigo en la medida de lo posible; un ser cuya mente y cuyos impulsos me son totalmente desconocidos e incognoscibles, un ser totalmente imprevisible en sus acciones y en absoluto psicoanalizable. Jamás entenderé cómo a la gente se le ocurre meterlos en su casa. 
Pues bien: de momento, todos los candidatos a poblar mi futuro espacio vital durante un largo año llevan consigo a sus respectivas mascotas allá donde vayan.
Me pregunto si será casualidad, o más bien “causalidad”. ¿No será el Destino o la Providencia, en un intento más de hacerme superar mis fobias mediante terapia de choque?. En tal caso se ve que lo suyo no es el tacto ni las sutilezas. Sea lo que sea, que vayan cruzándose de brazos, porque me temo que será un intento más frustrado, si las circunstancias me lo permiten.
En resumen, un día (figurada y literalmente) de perros.


M. Itsasne






Nota del que publica: a día de hoy, M. Itsasne tiene su propio perro y gracias a eso su fobia se ha esfumado, así como las ideas que la acompañaban. Un ejemplo perfecto de la tendencia humana a argumentar los miedos y otros sentimientos cuando, en verdad, las justificaciones son innecesarias. Itsasne, bienvenida al maravilloso mundo donde otras especies distintas a la humana te hacen compañía.