19/5/12

պատահական թութակ

Esta mañana, volviendo de rutina del Mercadona con mi carrito de la compra de lunares blancos, paseaba yo relajado por la arbolada calle Perú. Dos grandes hileras de árboles en paralelo dominan cada lado de la calle; el resultado es como pasear por un inmenso túnel vegetal, con los árboles juntándose en lo alto y creando un ecosistema pajaril urbano inmejorable. De repente vi descender a un pájaro delante mía. Se veía más esbelto y de anatomía más afilada que otros pájaros, y lo que me llamó la atención es que era de color verde. Del mismo verde vivo de las hojas de los árboles, lo que creaba un efecto curioso. Me vino la imagen de una gran hoja de árbol alada que daba saltitos por el suelo, buscando comida en la tierra. Al acercarme más pude ver que tenía una especie de cresta y unos colores vivos  a la vez que sutiles en la cabeza. Sin más, el pájaro alzó el vuelo y lo perdí rápidamente de vista entre las ramas. Ya bien entrada la tarde, me encontraba tomándome una fresca y espumosa Estrella en la terraza de un Frankfurt bar en el barrio de Les Corts, al otro extremo de la ciudad. La mesa donde nos sentábamos yo y mi acompañante estaba justo debajo de una especie de variedad de palmera de tronco ancho y denso ramaje. En plena conversación, empezaron a caer una especie de semillas enormes y pesadas a nuestra mesa. Caía una cada 20 segundos pero, curiosamente, ninguna nos cayó en la cabeza. Era como si el árbol no quisiera hacernos un pequeño chichón. Miramos hacia arriba; de las ramas de la palmera salían auténticos racimos de un extraño fruto, de tamaño mediano y redondo. Estaban por doquier. En ese mismo instante, otro cliente sentado en la mesa de al lado empezó a quejarse al camarero. Le dijo "quita a ese bicho de ahí". No supe a qué se refería hasta que el camaro exclamó, "voy a por un palo. ¡Putos loros!" Entonces volví a mirar hacia arriba y ahí lo vi: el mismo pájaro que me había encontrado esta mañana. Esta vez estaba más cerca y le vi los detalles a la perfección: era, en efecto, un loro verde hoja. Sus rasgos "loriles" eran poco acentuados, como si estuviera a caballo entre dos especies. Posado sobre el árbol comía frutos compulsivamente, con fruición; hacía un ruido extraño, propio de un loro pequeño. Un ruido salvaje y muy adecuado para el manjar que estaba devorando. Con cada picotazo hacía caer frutos al suelo y a las mesas, hasta que llegó el garçon con un palo de escoba para echarlo de ahí. El hombre hacía amagos de darle con el palo pero el loro, firme en su intención, no se dejaba echar. Meneaba las alas a lo loco mientras hacía un sonido tosco, enfurecido, un sonido de evidente protesta.  Pero ante el peligro creciente decidió salir volando a buscar otro destino. Al ver mi asombro, mi acompañante me dijo que se habían escapado unos loros tropicales del zoológico y estaban por toda Barcelona. ¡Tremenda casualidad, ver a un loro dos veces en el mismo día! Pero no le di excesiva importancia. Al menos hasta llegar a casa, cuando decidí buscar información sobre el suceso: resulta que esos loros se escaparon del zoo hace 20 años y, con el tiempo, han ido poblando Barcelona poco a poco. Esto lo convierte en una casualidad que da que pensar, y me atrevería a decir que las enormes casualidades, las cuasiserendipias, se dan alrededor mío de forma cada vez más habitual.