4/5/12

pantallas


Estoy sentada.

Frente a mí el campo, vasto, lejano.

Mi mirada se detiene en las seis pantallas de rafia que disfrazan las bombillas de luz de la galería. Una está torcida. Desentona con la armonía del lugar.

Quisiera levantarme y enderezarla.

No debo.

Esa acción interrumpiría la conversación de los otros y supuestamente la mía. No es adecuado. Tal vez piensen que estoy un poco maníaca. Tengo ganas de hacerlo.

Por el rabillo del ojo la miro y me molesta su falta de prolijidad, su torcedura.

Trato de seguir el hilo de las palabras pero no dejo de vigilarla esperando el momento de una pausa o que el tema cambie para, con aparente espontaneidad - sólo yo sé de apariencias-, levantarme y aún conversando, de manera cuidadosamente despreocupada, ponerla en su lugar. Riéndome de un comentario que no escuché (pero todos ríen, esa es mi guía) me pongo de pie...

Ya está... Nuevamente en la posición correcta.

Ahora soy yo quien sonríe y se me escapa un suspiro de satisfacción. Está derecha. Nadie se ha percatado de mi preocupación y todo continúa como debe ser. Me siento con los otros. Ahora sí participo sabiendo de qué hablan. Intervengo. Escucho y soy escuchada.

El viento se arremolina en la galería abierta. Nos refresca y aleja las moscas. Nada mejor.

Me río, disfrutando del momento. Giro mi cuerpo para tomar un vaso y de soslayo irrumpe en mi campo visual.

Sigue en la misma posición en que la dejé.

Le contesto a la persona de mi derecha y mi ojo izquierdo la percibe. Me inclino como buscando algo en la mesa y mi otro ojo trata de vigilarla. Despreocupada, me levanto para acercarme al campo en calma y ahí está.... Torcida.

Me espera...




Leonor