A veces tengo recuerdos vívidos de sueños. Unos al principio
de la noche, otros al final. A veces es poco lo que podría decir sobre lo que
ha pasado, y mucho menos sobre lo que es. Siento como si acabara de salir de
otro estado. Es una sensación vaga de haber estado en otra parte, en otro “cómo”.
Lo único que empiezo a sentir al
principio es la sensación espacial de estar acostado. A los dos segundos mi mente
espacial (de espacio, se entiende, aunque ambas acepciones son aplicables) se
restaura por completo. Me doy cuenta de mi ubicación. Sobre una cama, en un
dormitorio. A veces me pregunto dónde estoy. Ah sí, sé donde estoy. Sé que
suena el despertador. Pero todo mi ser acaba de salir de algo que cada noche es
agradable, conocido e imposible de explicar. El despertador ya no suena. ¿Lo he
apagado yo? Seguramente. Enciendo la pantalla del móvil para ver la hora… son
las seis y media. De repente, antes de que la luz del móvil se apagase siquiera,
se me olvida la hora que era…vuelvo a extender el brazo para coger el aparato.
Son las siete y diez, casi la hora a la que pongo la alarma habitualmente. ¿Por
qué ha sonado antes? ¿Dónde he estado durante 40 minutos? El sonido es
infernal, un agudo que amenaza con derrumbar la gran barrera del sueño. Siento
sus golpes. Me empujan, pero a la vez es como si algo quisiera sacarme tirando
desde fuera. Ciertas horas matutinas solo son amigas del silencio, no hay onda de
sonora que valga. Permanezco diez minutos consciente de la almohada y tengo la sensación
de que sin ella mi cabeza quedaría desprotegida, expuesta a una atmósfera alienígena que hace
que una ola de frío me recorra el cuerpo, empezando por el pecho. El teléfono
del demonio vuelve a sonar. Me da igual. Pero hago un intento por desactivar la
alarma completamente, volver a un profundo sueño y que sea mi mente la que
decida despertarse cuando sea conveniente. ¿Qué es eso de ser despertados por
un sonido repentino a diario? Solo en un mundo retorcido, nervioso, ambicioso como
este eso puede ser considerado normal. Pero solo algo así consigue despertarme
antes de mi hora. Vuelve a sonar. Ahora
creo saber por qué suena. Sí, hay que ir al trabajo. ¿Ir al trabajo? ¿Ir? Qué idea tan absurda. ¿Es
miércoles o jueves? Da igual, el efecto
es el mismo. Pienso en lo que fumé anoche y en las cinco horas que he dormido.
¿Me despertaría más fácilmente si no fumase? Mi experiencia me dice que no. Mis
mañanas siempre han estado llenas de una agradable y desmedida vagancia
indolente de la que, cuando no tengo obligaciones que cumplir, me siento muy
orgulloso. ¿Levantarme? ¡Lavarme, vestirme, desayunar, salir! Pensar. Es
inconcebible, tan inconcebible para mí en este momento como una realidad
imposible. Me giro hasta acostarme sobre
el lado izquierdo… mi cuerpo vuelve a bajar un escalón en el proceso y ya solo
importa el descanso. Pero me alcanza para pensar en el origen del “problema”: no
me importa trabajar, me gusta. ¿No me importa levantarme? No, no me importa.
Llevo un buen rato pensando y eso también está bien. ¿Es salir el problema?
Claro que lo es. Vestirse, escaleras, calle, escaleras, metro, andén, la ciudad
de Barcelona en pleno apogeo: al entrar en la estación de Joanic, cada mañana a
la misma hora sale una muchedumbre con prisas como un enjambre. El río humano,
de veloz corriente, siempre se cruza justamente perpendicular a mi camino hacia
la entrada a la estación. Me viene a la mente la escena de tantos videojuegos
que han pasado por mis manos, en los que una flecha marca una línea de ruta en
un mapa, como si de un GPS se tratara. Casi ninguno se da cuenta de lo que hay
a su alrededor y casi ninguno me ve. Con un regateo zancudo completamente
ridículo esquivo tamaña perdigonada de autómatas que, aunque siendo como son,
seres humanos, a esas horas y en ese lugar interactúan entre sí como quien lo
hace con un mecanismo. Y yo, por no
unirme a su procesión, con frecuencia me descubro moviéndome entre estaciones
de metro a toda velocidad, aprovechando cualquier hueco que veo para avanzar.
Definitivamente, el problema es salir a un sitio así. Salir porque hay que
hacerlo, salir a diario siempre a la misma hora. Nunca se me ha dado bien resignarme
a hacer cosas que me desagradan, por muy obligadas que sean. Pues bien, hoy trabajo
en casa. Me giro y, esta vez sí, mi cuerpo se incorpora y hace todo lo que
tiene que hacer, porque así lo quiere.