28/6/12

Hell O'clock


A veces tengo recuerdos vívidos de sueños. Unos al principio de la noche, otros al final. A veces es poco lo que podría decir sobre lo que ha pasado, y mucho menos sobre lo que es. Siento como si acabara de salir de otro estado. Es una sensación vaga de haber estado en otra parte, en otro “cómo”.  Lo único que empiezo a sentir al principio es la sensación espacial de estar acostado. A los dos segundos mi mente espacial (de espacio, se entiende, aunque ambas acepciones son aplicables) se restaura por completo. Me doy cuenta de mi ubicación. Sobre una cama, en un dormitorio. A veces me pregunto dónde estoy. Ah sí, sé donde estoy. Sé que suena el despertador. Pero todo mi ser acaba de salir de algo que cada noche es agradable, conocido e imposible de explicar. El despertador ya no suena. ¿Lo he apagado yo? Seguramente. Enciendo la pantalla del móvil para ver la hora… son las seis y media. De repente, antes de que la luz del móvil se apagase siquiera, se me olvida la hora que era…vuelvo a extender el brazo para coger el aparato. Son las siete y diez, casi la hora a la que pongo la alarma habitualmente. ¿Por qué ha sonado antes? ¿Dónde he estado durante 40 minutos? El sonido es infernal, un agudo que amenaza con derrumbar la gran barrera del sueño. Siento sus golpes. Me empujan, pero a la vez es como si algo quisiera sacarme tirando desde fuera. Ciertas horas matutinas solo son amigas del silencio, no hay onda de sonora que valga. Permanezco diez minutos consciente de la almohada y tengo la sensación de que sin ella mi cabeza quedaría desprotegida,  expuesta a una atmósfera alienígena que hace que una ola de frío me recorra el cuerpo, empezando por el pecho. El teléfono del demonio vuelve a sonar. Me da igual. Pero hago un intento por desactivar la alarma completamente, volver a un profundo sueño y que sea mi mente la que decida despertarse cuando sea conveniente. ¿Qué es eso de ser despertados por un sonido repentino a diario? Solo en un mundo retorcido, nervioso, ambicioso como este eso puede ser considerado normal. Pero solo algo así consigue despertarme antes de mi hora.  Vuelve a sonar. Ahora creo saber por qué suena. Sí, hay que ir al trabajo.  ¿Ir al trabajo? ¿Ir? Qué idea tan absurda. ¿Es miércoles o jueves?  Da igual, el efecto es el mismo. Pienso en lo que fumé anoche y en las cinco horas que he dormido. ¿Me despertaría más fácilmente si no fumase? Mi experiencia me dice que no. Mis mañanas siempre han estado llenas de una agradable y desmedida vagancia indolente de la que, cuando no tengo obligaciones que cumplir, me siento muy orgulloso. ¿Levantarme? ¡Lavarme, vestirme, desayunar, salir! Pensar. Es inconcebible, tan inconcebible para mí en este momento como una realidad imposible.  Me giro hasta acostarme sobre el lado izquierdo… mi cuerpo vuelve a bajar un escalón en el proceso y ya solo importa el descanso. Pero me alcanza para pensar en el origen del “problema”: no me importa trabajar, me gusta. ¿No me importa levantarme? No, no me importa. Llevo un buen rato pensando y eso también está bien. ¿Es salir el problema? Claro que lo es. Vestirse, escaleras, calle, escaleras, metro, andén, la ciudad de Barcelona en pleno apogeo: al entrar en la estación de Joanic, cada mañana a la misma hora sale una muchedumbre con prisas como un enjambre. El río humano, de veloz corriente, siempre se cruza justamente perpendicular a mi camino hacia la entrada a la estación. Me viene a la mente la escena de tantos videojuegos que han pasado por mis manos, en los que una flecha marca una línea de ruta en un mapa, como si de un GPS se tratara. Casi ninguno se da cuenta de lo que hay a su alrededor y casi ninguno me ve. Con un regateo zancudo completamente ridículo esquivo tamaña perdigonada de autómatas que, aunque siendo como son, seres humanos, a esas horas y en ese lugar interactúan entre sí como quien lo hace con un mecanismo.  Y yo, por no unirme a su procesión, con frecuencia me descubro moviéndome entre estaciones de metro a toda velocidad, aprovechando cualquier hueco que veo para avanzar. Definitivamente, el problema es salir a un sitio así. Salir porque hay que hacerlo, salir a diario siempre a la misma hora. Nunca se me ha dado bien resignarme a hacer cosas que me desagradan, por muy obligadas que sean. Pues bien, hoy trabajo en casa. Me giro y, esta vez sí, mi cuerpo se incorpora y hace todo lo que tiene que hacer, porque así lo quiere.