8/6/12
puas de acero V
Fue traspasar el umbral de aquella tasca y detenerse la respiración al instante. Empezamos a abrir la boca como peces agonizantes por la cantidad de humo que disputaba un combate a muerte con el aire puro. Solo un ventanuco minúsculo junto a la entrada servía de esclusa para ventilar aquel boquete apestoso.
Un primer vistazo bastó más que mil palabras. Al fondo, en un tablao metido con calzador en un rincón junto a los aseos, un grupo de flamencos rastafaris deleitaban a la parroquia con una versión electrónica de un tema de Joselito er Mimbre. Para llegar a la barra tuvimos que esquivar con habilidad golpes en las mesas, dientes negros que surgían como aletas de cetáceos entre una marea de risas salvajes, salpicones de bebidas corrosivas, bigotes rebosantes de espuma... Ante tal panorama, viendo que me quedaba atrás enredado en una alambrada de carne, les di a los compis algo de pasta para la priva y decidí esperar en una mesa apartada donde descansaba solo un hombre que parecía algo mayor.
Intentando no perder de vista a Jan y Greg, de vez en cuando miraba de soslayo el rostro de aquel hombre. Tenía los ojos claros y sus arrugas hablaban de un caracter recio. Llevaba una especie de boina roja alargada que terminaba en pompa, y por debajo de ella sobresalía, como una cortinilla de algodón, una melena blanca como de pelo de oveja y tan larga que rebasaba ya los límites de su trasero. Al observarlo con más detenimiento, adiviné que incluso se encontraba justamente sentado sobre su propia melena y que la utilizaba de cojín.
Divertido, me quedé observando aquello sin que el viejo reparara en mí. Ni siquiera parpadeó. La mesa entera chorreaba agua. Sobre ella, casi diez cascos vacíos de cerveza luchaban por mantenerse en equilibrio. El viejo se tambaleaba de atrás adelante como hace un musulmán rezando el corán y mantenía la mirada perdida en algún punto del escenario. El ruido era ensordecedor, el tiempo pasaba despacio en aquel sitio, sobre todo si uno no se encontraba acompañado de amistades o parientes tan provechosos como los que ahora se debatían entre sonoras carcajadas y destartalados berridos.
El grupo terminó de tocar. Aprovechando la marea de aplausos, el frontman se apresuró a agarrar una jarra de vino que descansaba sobre un altavoz. Cuando los aplausos se diluyeron, un desconocido sonido entró en escena. Al principio, quedé inmóvil, sin respirar siquiera, para extraer aquel sonido raro de todo el barullo insoportable. Al parecer, el viejo refunfuñaba algo indescifrable, movía los labios como si estuviera manteniendo una conversación con algún ser invisible. Pero no, no estaba diciendo nada. Un segundo. Presté atención, agrandé el oído, desplegué la oreja. Tssss... cuando unos cuantos parroquianos coincidían para echar un trago o cuando todo el mundo dejaba de hablar de repente, el griterío se transformaba en un suave y desordenado coloquio y podía, por unos segundos, oír lo que el viejo estaba haciendo.
No había duda… aquella avestruz peluda era capaz de los más singulares silbidos, trucos e imitaciones que había oído nunca. Echaba la cabeza hacia delante y ponía una cara de meterse en la piel de cada sonido que imitaba. Tan rápido entonaba el canturreo de un pajarillo con una serie de movimientos de labio, imitaba el sonido de un motor o el de una explosión. De repente se giró hacia mí dándome tal susto que tuve que agarrarme al borde del banquete para no caer:
- Y ejo no ez todo, mi pequeño ¿A que no zabe ehto que éh? -hinchó la garganta como un somormujo y empezó a sacudir la lengua para reproducir otro sonido más-. Ya puehto, te apuehto una caña a que no zabría decirme qué es esto: tlo tlo tlo tlo tlop tlop bfffsh...
- Una paloma, ¿una torcal? -le dije yo, pensando que quizás aún estaba en el autobús soñando con seres del infierno.
- No eh un animal, eh un líquido -me miró fijamente, muy serio, esperando una respuesta.
- Una... una jarra que se llena o algo así -volví a mirar de reojo buscando a los dos golfos que tenía por amigos.
- Una harra, una harra de qué, ¡de qué! -el anciano alzó la voz e hizo ademán de agarrarme por la camiseta.
- De... de de ¿cerveza?
- De servesa, de qué servesa...
- ¡Una jarra de heideken! - intenté seguirle el rollo a tenor de la volatilidad de su carácter. Volví a mirar. Jan y Greg conversaban y reían tranquilamente con el camarero. Maldita sea.
- ¡Maldito!, ¿tu también ere uno de ezo?
- ¿Uno de quién?
- Te bebe y te come lah coza, ¿y dónde está el producto nacioná, eh? ¡Qué!
- ¡De cruzmambo! ¡Una jarra de cruzmambo!
- Caliente, caliente...
- ¿Una cruzmambo caliente? -le miré extrañado.
- Pero tú shaval... tú tiene menos luces que un circo, ¡estáh pillao o qué! ¿Dónde guardas tú la cabeza shaval?
- De alahembra, una jarra de alahembra entonces- le espeté cansado.
- ¿Alahembra qué?
- ¿Qué de qué?
- A vé, te lo repito otra vé -el hombre cerró los ojos, arqueó las cejas para inspirarse y colocó los labios siguiendo una técnica desconocida para emular el sonido de una cerveza virtiéndose de forma cadenciosa y suave creando una fresca y densa espuma- Tlo Tlo tlo tlo tlop tlop Bbfsssssssh...
- ¿Eso del final es la espumilla no? -le dije yo con cierto entusiasmo mal fingido.
- Tú niño, no sé de dóndes has salío, pero no dah guerra ni ná...
- ¡Ya sé!, -salté al fin con la solución- una alahembra especial.
- Aaaa, jajaja, bien mushasho bien -me agarró fuertemente el hombro sonriendo- Ci quiere zalimo afuera y te enceño argo.