Pues el otro día estuve reflexionando con tanta intensidad que
por la tarde hasta me dolía la espalda y aunque el traumatólogo
insiste en que son las cervicales de tanto echar el cuello para atrás
de querer apurar hasta la última gota de cada cervecilla, yo sé que
es una cuestión de fe. De hecho acusé a mi médico de blasfemo y
hasta pensé en quemarlo en la hoguera, pero el metro cúbico de leña
está casi a 80 euros, que yo supongo que los de la Santa Inquisición
debían tener enchufe en las energéticas de la época o tal vez Torquemada
era accionista de Repsol Leñera, S.A., porque si no a ver
cómo financias tantos autos de fe.
En realidad la espalda duele por dos motivos. El primero es
como consecuencia de profundas reflexiones, como me pasó el otro
día, porque cuando uno piensa tiene ideas y las ideas son como los
relojes falsos de los senegaleses, cuanto peores son, más pesan.
Entonces, con todo el peso de las ideas, sumado al de la propia
cabeza con su cerebro y todo, más el peso añadido del cielo y del
aire, todo eso descansando sobre la columna vertebral, pues te
fastidia la espalda.
El segundo motivo es más profundo, es religioso. Porque si uno
quiere hablar con Dios y hasta que no se invente un app
para el Smartphone, la única opción es levantar la mirada
hacia el cielo azul y establecer el monólogo con el Supremo. Que
es lo que uno hace cuando se toma una cervecilla y sólo te queda el
culillo de la caña, entonces hay que levantar el vaso y la cabeza y,
mirando al firmamento, notas las últimas gotas del sagrado elixir
resbalando por tu gaznate y es cuando dices, “Oh Dios, que sed
tenía”. ¿Ves?, es una cuestión de fe.
Milton, sección del diario Marbella Express