29/6/11

ángeles sobre el desierto

Descansan en el anverso de la mala fortuna
los ángeles de cabellos rubios,
empujados por los soplos de los océanos
y en volandas a través de los campos
rozando con la barbilla tan solo la puntita
de mazorcas, flores y ramas, riendo de su cosquilla,
y del color vainilla que es ahora el cielo
surgen las aves de la esperanza,
con sus alas firmes, amigas de las brisas,
avistando en la lejanía
el brillo de su repentina presa,
que huye dando brincos, sus ojos
desorbitados de sorpresa,
conoce la negrura de su fin y en él
el apoyo de todas sus patitas,
a la espera de un golpe de aquéllo
donde descansan los angeles rubios,
casi siempre, sí, en su anverso.

el infierno carnal se desata
en forma de llama hirviente
barnizada de sed y de calma
y que se extiende ante la vista:
los sedimentos de arcilla desnudos
salen al paso del hombre,
que no puede de otra manera ser
sino un alma perdida,
y como un regalo por su presencia,
tan repentina como poco común,
apareció un buitre melenudo,
cubertería en garra, boca aguada,
graznando de pura alegría
mientras el hombre, desahuciado,
de rodillas le ruega el perdón...

Mas el buitre se resiste,
alegando meses ya que no come
y que, muy a pesar suya,
dejarle escapar no sabría-

Y en su defensa engendra el hombre un doble ser,
un sano retoño de buen color:
no confundas el veneno por su sabor,
le dijo, ni contra todo
te crees antídoto.
Ni des alas a las tinieblas
Ni actúes nunca de tal manera
sino todo lo contrario y al revés,
alza tus entrañas
vestidas para la ocasión benevolente
con la luz más extraordinaria
que haya visto la razón.


[Inmóvil, estático, sin pensamiento durante horas...]


... el hombre se debate al amparo del pájaro
contra algo que identifica pero desconoce;
y aunque más sobrio que las gacelas,
viento a la vez que cuerpo,
con ese júbilo súbito suyo
que vence a cualquier agonía
 y que cubre el valle de prados
imbricados como zarzas;
aún siente hambre de curiosidad 
por ese dibujo de nubes dulces
que impregna de amargo sabor
la sed de ser.
 
De la amapola se enamoró el corazón humano,
y se convirtió a la causa ecologista.
Opio es la palabra que clama en nuestras almas,
opiácea es la palabra 
que busca el silencio en el humo tumbado,
la explotación del aliento
queda extrapolada al athma
a la velocidad de un maremágnum de imaginaciones
contenidas en un solo pálpito por segundo.