Malditos sean los hombres
que no escuchan sus latidos;
que no dejen simiente
y se arrastren cegados por la luz.
Que se mueran los lobos
y no encuentren sombra en el desierto.
Pues el mundo está infecto
de su presencia.
Que no vivan felices
y una peste de muerte se les anude al cuello
pues se encuentran marcados
por el sello de fuego.
No soy Dios ni el Diablo
y no soy grande ni fuerte,
pero escuché la verdad que recitan los mares
y la dulce melodia del sol de la tarde.
Podríamos ser hermosos, podríamos ser dioses,
y en vez de ser eso somos como leones
que se muerden las tripas para ver como arden.
Y me arrancaría los dientes
y lloraria de alegria
por ver a esta Tierra brillar como soles.
Que nuca nazca judas,
que solo lluevan bondades
y las serpientes aplastadas
por los niños en los parques.
Que reine la armonía
y un celestial manto nos cubra,
que broten piernas a los árboles
y alas al hombre.
Que se muera la pena sola y desdichada,
que se ame a los feos y se desprecie a los soberbios,
que dios escriba con reglones derechos
y que no sepan tanto los hombres futuros
pues el misterio se siente, no se sabe.
S. Platón