13/3/12

el cadáver


Esta postura es sin duda el más eficaz sistema que se haya conce­bido jamás para que las personas sumamente tensas puedan aprender por sí mismas a relajarse. Quienes dominen este método obtendrán rápido acceso a un estado de relajación más profunda incluso que el sueño; un estado de relajación que mucha gente no experimenta nunca hasta el momento de la muerte.
Retírese a una habitación donde no vaya a ser molestado durante un mínimo de media hora. Lo ideal sería una habitación silenciosa, bien ventilada, con una temperatura suficiente y más bien oscura. En la oficina, limítese a correr las cortinas, cerrar la puerta y decirle a su secretaria o a sus colegas que no desea ser molestado durante un rato. En casa, asegúrese de que no va a ser interrumpido por niños, anima­les domésticos ni llamadas telefónicas. En un hotel, pídale al telefo­nista que no le pase ninguna llamada hasta nuevo aviso.
Quítese los zapatos, la corbata, el reloj, el cinturón, las joyas y cualquier otra cosa que oprima el cuerpo. Tiéndase de espaldas en el suelo o sobre una alfombra (las camas y los sofás son demasiado blan­dos). Las piernas deben estar ligeramente separadas, y los brazos suel­tos a los lados. En caso necesario, puede cubrirse con una manta li­gera para no coger frío. Extienda cuidadosamente el cuello de forma que la cabeza descanse cómodamente sin contraer los músculos. Si hace falta, ponga un cojín pequeño o una toalla enrollada debajo de la nuca, para evitar que el cuello se contraiga. Respire lenta y profun­damente desde el abdomen, pero con el mínimo esfuerzo consciente: no se trata de un ejercicio respiratorio, conque no hace falta que cuente, retenga o sincronice las respiraciones. Procure, sin embargo, que la exhalación sea más o menos el doble de larga que la inspira­ción, y respire únicamente por la nariz. Cierre los ojos y concentre su atención en las subidas y bajadas del abdomen.
Cuando la postura le resulte cómoda y su respiración se haya vuelto pausada y natural, estará preparado para empezar a aflojar todos esos músculos tensos. Comience concentrando la atención en los músculos y articulaciones de los pies, y en seguida proceda a ablan­darlos y relajarlos mentalmente. Se trata más de «dejarse ir» que de «hacer» nada. Desplace gradualmente la atención hacia los tobillos y las pantorrillas, y luego a los muslos, caderas y abdomen, «obser­vando» mentalmente cómo los diversos músculos se ablandan y se sua­vizan. Continúe subiendo hacia el pecho, la garganta y, por fin, la cara. Le sorprenderá descubrir cuántos músculos hay en la cara y cuán tensos están. Deje que le cuelgue ligeramente la mandíbula infe­rior, pero sin separar los labios. Sienta cómo se ablandan y se «derri­ten» los diminutos músculos de las mejillas y alrededor de los ojos a medida que los va relajando. A continuación, empiece por los dedos de las manos y vaya subiendo por brazos y hombros hasta llegar otra vez al cuello y la cara, que merecen una segunda pasada debido a la tensión crónica que padecen.
La primera vez que lo intente, es posible que no alcance los resul­tados apetecidos. Repita el proceso tantas veces como haga falta en cada sesión hasta conseguir la relajación total del cuerpo. La relaja­ción de los músculos permite que los vasos sanguíneos se dilaten, lo cual posibilita el acceso de un abundante suministro de sangre oxige­nada que calienta los músculos y hace que los note más pesados. Cuando vaya acercándose a esta fase de la relajación, es de la mayor importancia que permanezca absolutamente quieto, pues el menor movi­miento físico tensa al menos varios músculos, y esta tensión se ex­tiende rápidamente por todo el organismo como una involuntaria reacción en cadena. Una vez le haya «cogido el tranquillo» a este ejer­cicio, generalmente le bastará con 20 o 30 minutos para alcanzar el estado de relajación total.
Pase lo que pase, no abandone la postura del Cadáver de un salto brusco para atender el teléfono o una llamada a la puerta. Esta brusca tensión de un organismo completamente relajado no sólo contrarresta por completo los beneficios terapéuticos del ejercicio, sino que in­cluso puede resultar nociva para el corazón. Cuando esté preparado para «volver a la vida», comience agitando rítmicamente los dedos de pies y manos, luego accionando las muñecas y los tobillos y luego fle­xionando los principales músculos de brazos y piernas. Estire el rostro y la garganta, contraiga la cara en una mueca, estírela de nuevo. Sién­tese y respire hondo unas cuantas veces. Levántese poco a poco. En este momento, debería sentirse tan descansado como tras una siesta de un par de horas, tan elástico y flexible como un gato, tan calmado como una tortuga.