Pasaron los años en la ciudad oscura, Granada, lo bastante o suficiente iluminada hasta el momento de mi exilio. Decidí salir, partir lejos; y he acabado en una ciudad sin rostro, en un Londres de cliché, rodeado de un todo inmenso, viajando por las calles, huyendo de fiestas nocturnas de frivolidad entonces inapropiada, retirándome a pubs oscuros de pareces llenas de fotos antiguas y nombres irlandeses. Y es en mis noches frías, de buscar calidez en una barra, de pasar cigarrillos y tragos con la mirada fija en una jukebox, de conversaciones breves con algún truhán extraviado, de abrigarme en la puerta, borracho, saliendo al cerrar cada antro, que me he olvidado de mi: en paseos nocturnos en soledad en horario de servicios mínimos, buscando refugio y calma en mis 8 metros cuadrados de hogar improvisado. He dormido algo, amanezco con ropa de calle, algo me obliga a salir de nuevo, a pasearme en la tarde temprana, sumergiéndome de un lado a otro de multitudes en las aceras, visitando barrios nuevos sin nombre. Siempre acabo en las afueras sin importar los kilómetros de bloques de por medio; no quiero olvidar que estoy en el mundo, no quiero olvidar que este no es mi mundo. No quiero estar aquí aunque acabo de llegar. No quiero estar aquí aunque bien podría quedarme. No quiero estar aquí aunque esto sea una isla. Quiero ir al este, a una Europa semicongelada en el tiempo que solo he visto de reojo, a pasar frío en un valle en Sihor, a recorrer las veredas infinitas y llanas de la meseta de Cluj-Napoca, a sumergirme en la luz breve y tenue del otoño entre Ucrania, Hungría, Yugoslavia, Bulgaria, Moldavia y el Mar Negro, en lugares que todavía no sé pronunciar. Tengo que ir y no sé cómo, tengo que ir y sé que no puedo. Hay un destino que allí aguarda, pero ¿iré? No lo creo. Siempre se puede cerrar una puerta, pero de esta el pomo me quema las manos y no encuentro el modo de desprenderme de ella. Y por eso sé que no puedo y que, de algún modo, debo seguir. Cuando es demasiado tarde para olvidar un imposible, lo único que queda es aguzar el ingenio para que lo absurdo e incluso lo insostenible tengan su oportunidad de manifestarse.