24/4/11

stories from the future (II)

Unas horas antes, un auto se detenía junto a la puerta de un colegio.

“Ponte a grabar sonido e imágenes y procura no interrumpir mucho”
“Sí… Inspector”

Tras la verja del recinto se encontraba el patio de recreo, sacudido por un viento molesto que arrastraba el polvo, plásticos, y si uno se descuidaba, el propio sombrero. Sólo se veían algunos niños de semblante triste por aquí y por allá, esperando a alguien quizás, casi siempre solos.
Dentro, en un despacho amplio y sobrio, nos esperaba la directora. Parecía tremendamente afectada, no paraba de colocar los papeles que había a su lado sin orden ni sentido y no movía ni un músculo de su rostro cuando hablaba. La ventana de la sala estaba abierta y el viento se colaba para juguetear con nuestros cabellos y volver a marcharse.

“Están a punto de salir. Cuando hayamos cerrado el colegio tienen una hora para inspeccionar los comedores y si quieren volver otra vez tendrán que ponerse en contacto con la hermana Hiridia”
 “Señora, un Bot de la agencia nacional de información me acompaña para grabar la conversación. Supongo que sabrá que tiene derecho a rechazar el uso del detector de mentiras ya que no forma parte del cuerpo de sospechosos”
“Lo sé…”, miró en dirección al robot con indiferencia, “no me importa” 
“¿Puede contarme cómo ocurrió todo?”
“Bueno… a mí me llamaron un poco más tarde, al parecer las hermanas estuvieron reunidas… para deliberar sobre qué hacer, supongo…”, se apartó un mechón de pelo de la cara, miró al techo y suspiró. Daba la sensación de que se sentía más ofendida que compungida por lo que había ocurrido. “…dicen que estuvieron consultando a Gueida y pidiéndole consejo”.
Mientras tanto, la cámara del robot giraba de izquierda a derecha, de arriba abajo, captándolo todo, incluso lo que transcurría más allá de la ventana, en el patio y en la calle.

Para llegar a la sala de comedores, seguimos a la directora a través de unas escaleras que nos llevaban al subsuelo del edificio. Por todos sitios reinaba una quietud alarmante: en las clases, en los pasillos… era como si todos los niños hubieran desaparecido en unos segundos, como si todo hubiera sido un espejismo que terminaba a mediodía.
“Mira Nadia, ya ha llegado el Inspector”, se dirigió a una muchacha que aguardaba en la puerta. Era muy joven y vestía el hábito verde oscuro que caracterizaba a las monjas de aquel centro. Tenía el rostro hundido y sus ojos miraban al suelo. Todo su cuerpo se agitaba para intentar contener el profundo llanto que la invadía. La directora intentó consolarla con un tímido abrazo, luego se dirigió a nosotros.
“Por favor, adelante, esto tiene que pasar cuanto antes, simplemente no me gusta verlo ahí…”, comenzó ligeramente a sollozar y se puso una mano en la cara.

Antes de abrir la puerta ya pude divisar, a través de los cristales superiores, una figura que se hallaba en una silla, al fondo del comedor. La sala estaba completamente iluminada, ante mis ojos se hallaba el caos, el desorden absoluto. Nos llevó tiempo sortear el laberinto de sillas y mesas que se interponía entre nosotros y el cadáver. Antes de llegar a él, miré hacia atrás para constatar que la directora y la chica seguían al otro lado de la puerta. El muchacho yacía apoyado en el respaldo de la silla y sus ojos apuntaban directamente al techo. En el centro del pecho un cuchillo enorme de cocina y su mano izquierda aún asía el mango.