Escribir sobre las miserias de cada uno,
menudo aburrimiento.
¿por qué escribes pues? pregunta el inocente
querubín de las capas inferiores,
no nos hace falta luz para ver en la oscuridad,
replica la campana oficiosa,
no pretendemos sino con los actos
plantar semillas,
evolucionar en coactividad,
repudiar todo juicio usual.
El primer inquisidor no fue
el primero de los filósofos
sino la suma cuestión encarnizada,
cuando la fe ciega su ciencia produjo
a través del raciocinio,
se modularon las concepciones
y nuevas discordias surgieron,
alimentadas por el orador de turno.
Los textos de la lógica pura invitan,
invitan mas no postulan,
porque postular es animo de convencer,
y la postura individual
es agravio de negligentes.
La costumbre de la natura,
la irreductibilidad del sano terruño
sin mediar proscribe
la visión particular,
callando como buen monje
al tiempo otorga su maravilla,
también particular,
pero de sobrada valía.
No hay pues lugar cerrado
de cuyo cobijo no surjan,
propicias,
fructíferas intenciones,
fructíferas intenciones,
vivencias compartidas,
un positivismo que del raso
se crea a sí mismo
rugiendo, y perpetrando
lo creado
tras aquellas paredes,
en la habitacion matriarcal.
Ese es el lugar,
desde el que toda potencialidad,
arranca lider desde la pole.
Luego ya es otra cosa,
tras la espesa cortina, condensada neblina
que obliga a romper la rutina umbilical,
desgajar la tesitura, y escudriñar con talante,
aunque apenas sin vislumbrar ni con arrebato,
las campanas violetas y las bióticas formas,
infinidad de cantos y bailes
de músicas del mundo,
la piscina de los sucintos enfoques
con sus teclas reconocidas,
¿no te suena? en efecto,
no vamos a ser menos:
crear en la debacle
no requiere mucha acción,
solo que, cruenta, saborea
al compás que va marcando
tánatos el amigo,
en cada paso una declaración.
Y confirma el tiempo pasando,
siempre al borde de un despropósito inédito,
en el lugar donde los síntomas de la visión
materializan, verlo en contraportada,
algún paisaje deslucido y anecdótico.
Cuando toca masticar algo amargo
quejarse a viva voz,
esto es amargo,
y al paladear el gris hielo que corta,
apartarse, cobijarse en lo conocido,
y qué raro, qué extraño, qué incómodo,
qué cortante.
Ya lo siento, ya me suena,
cuando ya casi no hay tristeza,
cuando ya casi no hay tristeza,
sino miradas al cielo.
Y no quiero hablar de miedos,
que son cientos, por cierto,
ni de esos insectos
de repelente aspecto,
de repelente aspecto,
de hecho ni se huele ni se toca,
ni se puede ver, pues se pierde,
es solo emoción,
pura e intacta emoción,
rayo directo al pensamiento.
Qué será pues,
sino la desilusión del arquitecto,
la viva voz del desierto,
la desaparición de la sombra,
la catarsis de todas las derrotas,
que deja un piropo de perlas,
un estanque
flanqueado de álamos,
flanqueado de álamos,
a cuyo alrededor besan los pétalos
la hierba que abunda
a la sombra de sus madres,
a la sombra de sus madres,
el pedacito de la parte
del pelo del miembro
de un cuerpo animal,
del pelo del miembro
de un cuerpo animal,
dejando atrás todo anhelo
de perpetua inmortalidad, ¡oh ebria sed!,
que ya ni ellas,
las despampanantes y fértiles
hembras de museo del gen,
muestran lo que parecían ser.
muestran lo que parecían ser.
La mirada se dirige a la propuesta vacía de la materia,
es decir,
beber agua de risa, beber fresca y vacía brisa,
volver a la manada, diluidos.