25/9/11

iustitia populus

Encaramado en una tarima de madera con forma de cadalso un viejo parlanchín proclamaba:

"Hastiado de vosotros os hablo con brío,
es éste mi ultimo hálito de sobriedad
antes de que mi cabeza ruede entre vuestros pies
adornados de suntuosos calzados:

Apasionado por el gracejo volátil del arte,
con mi cabeza en su sitio
y mis manos dedicadas al trabajo,
con mi certeza asegurada en mil teorías razonadas,
alimentadas tras años y años de encierro involuntario,
me confieso un promiscuo de leonardos.
Ahora ya estoy seguro de acertar
entre todos vosotros, corruptos,
el que fuera de entre todos el mas impío, ¡Tú!
¡Tú! y ¡Tú! y ¡Tú!"

La muchedumbre se agitó, se miraron unos a otros, se empujaron, se acusaron...
  
"A veces, el consenso de la mayoría,
aunque muchas veces silencioso,
tanto como valiera el callarse
no siempre omnipotente,
como este caso lo demuestra,
es fuerza que puede vencerse...

con una pizquita de alegoría,
una capa de sagacidad,
medio dedo de ironia
y una dosis de hilaridad.

el ejemplo lo tomo de la excepción
que no anda lejos, necios,
pues todos los días me veo
mirándome en el espejo.

y como os decía,
claro que me cansé de la injusticia,
y claro que a muchos de vosotros
por el cuello colgaría,
pero comprendí,
pues qué predecible sería
que allá donde naciese un error
respondiera hasta el fin de los días,
bajo imperecedera monarquía
la contundente acción de la ley
disfrazada con antifaz de policía."

El anciano dejó de mirar a la muchedumbre, se giró y alzó su dedo hacia el Palacio Blanco.

"¡sujeta tu cetro y saborea
tu sorbo de grandeza
rey promiscuo del error!,
pues tarde o temprano
tropezarás con tu alargada sombra.
Caerás y te aplastará el peso
de tu caducidad,
degustando el verdadero licor
que crece en tus campos,
pues tu mismo tampón de tinta
testificará contra ti,
compulsando tu deceso
en un documento impoluto.

A lo largo de tu vida
solo atenderás un segundo
a los asuntos de política.
Será cuando te vayas,
dejando a tu pueblo en descanso.
Será por poco tiempo quizás,
hasta que el pueblo mismo, esperanzado,
proclame a su nuevo amo"

El pueblo volvió a rugir, se oyeron voces que estaban de acuerdo, sonaron otras voces de disputa. De repente, una figura obesa surgió de entre la masa alzando a su vez su dedo índice hacia el anciano. Era el juez.

"Estás acabado Ignatius ¡Olvídalo!, el juicio es también obstinación destinada a caducar, te lo dice alguien que ha vivido su vida con la ilusión de impartir justicia"

El anciano dudó y calló. En ese momento, desapareció entre una marea de gritos y brazos armados con herramientas de metal.