10/9/11

La casa

- ¿Dígame?

- Buenas tardes. ¿Hablo con el señor Ortiga?

- Buenas tardes. Yo soy, efectivamente. ¿Con quién hablo?

- Soy Ruibardo. Le escribí un e-mail hace dos semanas a propósito del piso que usted alquila.

- ¡Hombre, el joven Ruibardo! Llevo todo el día esperando tu llamada. Ya era hora, hombre.

- Sí, siento la tardanza, pero he tenido un pequeño percance después del almuerzo; algo relacionado con el caniche blanco de mi actual vecino y la bragueta atascada de mis pantalones de lino, pero ya no tiene importancia.

- ¡No pasa nada hombre! Cuéntame. Así que te interesa mi piso.

- Pues sí, mire usted. Un dúplex tranquilo y con vistas a la central nuclear no hay quien lo rechace. Soy estudiante de ciencias, ¿sabe?

- Excelente, pero ¿no me dijiste en tu correo que eras poeta? Supongo que no te referías a que vives de eso, claro. (risas)

- Lo era y tenía bastantes ingresos, hasta el incidente con el caniche. Desde entonces mi visión de la poesía se ha venido abajo, pero todo es para bien.

- ¡No me digas! ¿Y qué escribías, si puede saberse?

- Bueno, mi éxito financiero se debe principalmente a mi poemario “Entre la nada mi pene se esconde”. Una autobiografía en forma de poemas cortos, que sintetizan a la perfección mis aventuras de alcoba con una cuidadora de cerdos del Congo que conocí en mis viajes por Alaska.

- ¡Qué me dices! Oye, espero que si esto del alquiler sigue adelante me regales un ejemplar de tamaña obra.

- Por hecho. Pero antes hablemos de la casa. Dígame lo que considere pertinente y así vamos avanzando.

- Mira, la casa consta de dos plantas: al entrar encontrarás una gigante alfombra con forma de oso (sintética, claro. El pelo de oso arde mejor que los mejores plásticos). Al entrar, no se te ocurra girar a la izquierda: hay una pared.

- ¿Y si giro a la derecha?

- Eso, mi joven amigo, ¡sólo Dios todopoderoso lo sabe! Pero si sigues adelante encontrarás la cocina, que viene equipada con todo lo necesario: una marmita, un horno subterráneo de fuego con un compartimento para la yesca y el pedernal, media docena de ganchos en el techo para colgar morcillorra, un vinagrero de dos usos, unas pinzas para manejar las brasas y las ascuas y un set de alfarero para que te fabriques tu propia vajilla. Saliendo de la cocina a la izquierda te encontrarás un pequeño cuarto de baño. Es el de los invitados, y no te recomiendo que uses la cisterna antes de sacar agua del grifo de la cocina. Si lo haces, espera 10 minutos: hay que dejar que los sedimentos se asienten, ya se sabe. El retrete es de tipo alemán: al dejar tus deposiciones, éstas caerán directamente en el agua sin desliz previo por la superficie interior de porcelana. Ése es el espíritu alemán. Por esto mismo te recomendaría yo cuidarte de los salpicones, o hacer de vientre en cuclillas sobre la taza. Pero eso es cuestión de gustos: algunos encuentran este sistema muy refrescante. En frente del aseo encontrarás el salón, que ya has visto en fotos. En él te sentirás como un cazador que vuelve a su cabaña tras un largo día trabajando en la oficina. Como has podido apreciar es inmensamente acogedor. En el mismo salón, al fondo a la derecha, te encontrarás el montacargas: lleva directamente a la planta de arriba. Y con eso ya te lo he dicho todo sobre la planta de abajo.

- Ya veo. Pero oiga, ¿no hay escaleras para poder acceder a la planta de arriba?

- ¡Escaleras! Esa sí que es buena. Escaleras, dice. No: la estructura de este dúplex, originaria de los años 20, no permite la construcción de una escalera. Estudios estructurales han demostrado que provocaría la demolición de toda la casa.

- ¿No permite unas escaleras pero sí un montacargas?

- Amigo mío, me gustaría poder responderte a eso, pero no soy ingeniero. Soy propietario, lo que significa que no sé nada de nada.

- Pero, ¿no supone eso un problema de seguridad? ¿Y si hay un incendio y se corta la corriente eléctrica? Quedaría encerrado arriba sin remedio.

- ¡Ahí has acertado, joven! Pero no te apures, sólo hemos tenido un incendio una vez, hace un par de años. Por fortuna, la chica que entonces vivía en la casa era rumana, y al ser de noche pudo salir volando por la ventana.

- Bueno, ya hablaremos más detenidamente de ello. Prosiga, por favor.

- Sí, como te decía, con el montacargas accedes a la planta de arriba. A pesar de su extensión, en esa planta sólo hay un dormitorio (inmenso, por otra parte) y un cuarto de baño, cuyo retrete sólo te recomiendo usar tras haber cocinado en la marmita de la cocina, nunca antes. El dormitorio tiene todo lo que un buen lugar de descanso debe tener: una cama con colchón de metano líquido, un ventanal que no puede abrirse (desde el incidente con la rumana, decidí imposibilitar toda salida que no fuera el montacargas), y un armario empotrado muy grande. Sí... un armario. Pero debo prevenirte sobre este armario, joven. En él habita una criatura.

- ¿Una criatura?

- Una criatura.

- Pero, ¿qué me está usted contando?

- La historia de esta criatura es larga, terrorífica y muy, muy antigua. Se remonta a los tiempos del reinado de Edelmiro II, en los que la península estaba habitada por los retoños de Eblis.

- ¿Y quién es Eblis, si puede saberse?

- Eblis es la versión persa de Satanás; y es que por aquél entonces llegaban muchos barcos del viejo mundo. Su nombre significa “la desesperación”. Como habrás adivinado, en ese armario habita uno de sus retoños. Pero no temas, toda tragedia puede evitarse siempre que metas tu ropa en el armario con rapidez. Abrir y cerrar, ya sabes. Los textiles no le interesan tanto como la carne de inquilino. Una pregunta, ¿qué ramal de las ciencias me has dicho que estudiabas?

- Estudio para ingeniero de costas.

- En ese caso, joven Ruibardo, no hay peligro de que la criatura devore tu alma: sólo le gusta el ectoplasma fresco e inocente. Tu carne, sin embargo, es un bien que agradecerás conservar a diario si decides mudarte a esta casa.

- Pues oiga, me está usted convenciendo con tantas comodidades y tanto espacio.

- ¡Excelente! Aún no te he hablado del precio: serían 346 euros mensuales más 38 de facturas, todo incluido.

- ¡Me parece bien! ¿Cómo lo hacemos para conocernos personalmente?

- ¡Conocernos! No, amigo, me temo que eso no va a ser posible. Te diré cómo lo llevo haciendo en mis años de propietario: el primero de cada mes, depositarás el dinero del alquiler en el hueco del tronco del árbol que se alza en el patio de adelante. Si necesitas reponer algún electrodoméstico o algún material de la casa, se te proporcionará por un servicio de mensajería.

- No lo entiendo. ¿Por qué tanta reticencia y precaución?

- ¿Que por qué? No me atrevería a ir a la casa personalmente, joven.

- No entiendo sus miedos. ¿No podemos quedar fuera entonces? Hay muchos lugares.

- Ya te he dicho, amigo mío, que soy propietario: yo no sé nada de nada.

- Pero, ¿qué es lo que usted tanto teme?

- Temo que quien me abra la puerta no seas tú, sino la criatura. Nunca se sabe cuándo puede decidir salir y adueñarse de la casa, previo festín.

- Pero, ¿no hay un cerrojo en ese armario? No me lo puedo creer.

- ¡Un cerrojo! Pues me temo que no. Lo que ocurre es que la criatura quedó encerrada allí hace incontables años, y nunca intenta salir. Al parecer, piensa que no puede hacerlo. Aunque sólo tendría que darle un empujoncito a la puerta, claro...

- ¡Eso sí que no! Tiene usted que ponerle un cerrojo a ese armario inmediatamente. De lo contrario, no estoy seguro de querer vivir en la casa.

- De acuerdo, joven. Haremos esto: el próximo jueves a las 7 de la tarde irás a la casa. En el hueco del árbol encontrarás un cerrojo, un destornillador y todo lo que necesitas, llave incluida. Depositarás el dinero de la fianza tras recoger los aperos y entrarás en la casa. Si llegas al armario, podrás colocarle el cerrojo.

- ¡Qué considerados son los propietarios en este pais! Muchas gracias, así lo haré.

- ¡No hay de qué! Para eso estamos, para servir.

- ¡Que pase usted buena tarde!

- Tú también, joven. Y sobre todo, que pases muy buena noche…