26/9/11

sniff VI

Control respiratorio en cuatro fases

La mayoría de los ejercicios de respiración taoístas constan de cua­tro fases diferenciadas: inhalación, retención, exhalación y pausa. Es importante realizar cada fase correctamente y enlazarlas todas con suavidad, de modo que vamos a examinarlas por separado.

Inhalación

El término «inhalación» es sinónimo de «inspiración», lo que indica que hubo un tiempo en que incluso la civilización occidental sabía re­conocer las relaciones entre aliento y espíritu.

Tras adoptar la postura de su elección, con el abdomen relajado, los hombros sueltos y la espalda erguida, vacíe completamente los pul­mones por medio de una exhalación forzada y una fuerte contracción de la pared abdominal. Acto seguido, deje que el abdomen vuelva a relajarse e inicie una inhalación lenta por las ventanas de la nariz, di­rigiendo el aire hacia la parte inferior de los pulmones de forma que el diafragma se dilate hacia abajo y el abdomen se infle como un globo. Cuando la parte inferior de los pulmones esté llena, siga inha­lando suavemente y deje que la caja torácica se ensanche para llenar la parte media de los pulmones, y finalmente inhale un poco más para llenar la parte superior. No es necesario ni aconsejable llenar comple­tamente los pulmones a cada inhalación, ni debe forzar nunca la inha­lación más allá de la capacidad que le resulte cómoda. Una buena me­dida es llenarlos más o menos hasta las dos terceras partes de su capacidad.

El último paso en la inhalación consiste en hundir suavemente hacia la cavidad abdominal esa gran «burbuja de energía» que es el aliento. Esto hará que la pared abdominal sobresalga hacia afuera.

Retención

Cuando se realiza correctamente, incluso una breve retención del aliento proporciona profundos beneficios terapéuticos a todos los ór­ganos, glándulas y aparatos funcionales del cuerpo.

Los taoístas describen la retención del aliento como «respiración embrionaria» (tai hsi) porque los pulmones no se mueven. En la ter­minología científica occidental se la llama «reacción de inmersión» (según investigaciones sobre las focas) o «respiración celular». En el in­terior de la matriz, el feto recibe oxígeno y energía a través del cor­dón umbilical, no de los pulmones, y por tanto toda su respiración se desarrolla únicamente a nivel celular. Lo que ocurre en el cuerpo du­rante la retención del aliento es complejo, sutil y de importancia esen­cial para la eficacia de los ejercicios respiratorios. El pulso cardíaco se reduce a menos de la mitad, la presión de la sangre disminuye con­siderablemente y la respiración celular queda automáticamente acti­vada. Las células de todo el cuerpo empiezan a «respirar» por sí mis­mas, descomponiendo espontáneamente los azúcares para liberar oxí­geno y excretando automáticamente los residuos celulares al torrente circulatorio para su eliminación. El calor y la transpiración que se ex­perimentan al cabo de 10 o 15 minutos de practicar la respiración profunda son consecuencia directa de esta intensificación de la respi­ración celular.

La naturaleza ha equipado al ser humano con el mismo «meca­nismo de inmersión» que utilizan las focas bajo el agua, pero la civili­zación ha causado la atrofia de esta rejuvenecedora reacción. Los niños, empero, todavía la conservan durante sus primeros años, como demuestran los casos de chiquillos de 5 años que caen en ríos hela­dos y permanecen bajo el agua hasta dos horas, para ser luego res­catados y revividos sin ninguna lesión cerebral. Con una práctica suficiente, también los adultos pueden recuperar este mecanismo. Sin embargo, no hay que intentar nunca retenciones prolongadas del aliento sin la orientación personal de un maestro cualificado y muchos años de práctica preliminar en el control respiratorio. Para nuestros fines, bastará con retenciones de 3 a 10 segundos, que pueden practicarse sin peligro incluso a solas y sin las instrucciones de un maestro.


Favorecer la respiración celular es uno de los objetivos principales de la retención del aliento, pero no el único. En los pulmones, la re­tención enriquece la sangre con oxígeno adicional y elimina una mayor cantidad de dióxido de carbono, al aumentar el tiempo dedi­cado al intercambio gaseoso. En los tejidos, la retención aumenta la presión parcial del oxígeno sobre las paredes de los capilares, incre­mentando así el intercambio gaseoso entre la corriente sanguínea y las células.

La respiración celular genera calor corporal. Este calor suele no­tarse en la parte inferior del abdomen, desde donde se extiende luego a las extremidades, provocando a menudo la transpiración incluso en un frío día de invierno. ¿De dónde procede este calor? La respuesta es que irradia desde la «caldera» de todas las células del cuerpo. Los yo­guis tibetanos acumulan este calor celular en el Mar de Energía me­diante un ejercicio respiratorio sumamente elaborado que recibe el nombre de tumo, el «Fuego en el Vientre». Los adeptos demuestran haber alcanzado el dominio de este yoga de la siguiente manera: en pleno invierno, se sientan completamente desnudos sobre la nieve en la orilla de un lago helado, mientras los ayudantes van empapando sá­banas en el agua del lago a través de un boquete en el hielo. Estas sábanas mojadas se utilizan para envolver el cuerpo del adepto, que debe secarlas por completo con el calor tumo generado en su interior. El proceso se prolonga durante varias horas, hasta que se ha secado un número determinado de sábanas.


En 1966, la Unión Soviética invitó a Moscú al Swami Brahmachari, guru personal del primer ministro Nehru, para que iniciara a los as­tronautas soviéticos en las técnicas de respiración profunda, como parte de su entrenamiento para viajes espaciales prolongados. Basta este detalle para demostrar cuán seriamente se toman los rusos estas cuestiones. El Swami llegó a Moscú en mitad del invierno sin otro ata­vío que una fina túnica de algodón, mientras sus anfitriones tiritaban al borde de la pista bajo sus gruesos abrigos, gorros de piel y bufandas de lana. Preocupados por la salud del Swami, se apresuraron a ofre­cerle un abrigo, pero éste lo rechazó cortésmente y les explicó que producía su propio calor según lo necesitaba. Su secreto: el control de la respiración y la respiración celular.

La retención del aliento incrementa el nivel de dióxido de carbono en la sangre, lo cual indica automáticamente al centro respiratorio del cerebro que ha de dar la señal para iniciar la exhalación. En ese mo­mento, el adepto hace que su voluntad se imponga al reflejo exhalatorio, y cada vez que sucede esto se refuerza el control voluntario de la respiración. El paso siguiente en la «alquimia interior» del control res­piratorio se produce espontáneamente: la estimulación de los nervios neumogástricos, o sistema nervioso parasimpático.


El sistema nervioso autónomo tiene dos componentes: el simpático y el parasimpático. Los nervios del sistema simpático corren a lo largo de la columna y constituyen el circuito «de acción» del cuerpo, pues aceleran el pulso, estimulan la secreción de adrenalina y la respira­ción, todo ello en preparación para la actividad física, mientras inhi­ben al mismo tiempo las funciones digestivas, excretoras y otras. El sistema parasimpático engloba a los nervios neumogástricos, que tam­bién discurren a lo largo de la columna y controlan funciones tan vita­les como la digestión, la peristalsis, la eliminación y el metabolismo. Cuando este sistema se activa, los circuitos de «acción» se cierran y todo el cuerpo queda calmado.

El sistema simpático y el parasimpático son antagonistas. El pri­mero estimula la actividad física y mental a expensas de las funciones vitales básicas, mientras que el segundo calma el cuerpo y la mente y estimula las funciones básicas. La vida urbana actual provoca una excitación crónica del sistema simpático, que conduce a un estado patológico conocido por la medicina china como «exceso de energíafuego» y por la occidental como «síndrome simpaticotónico», entre cuyos síntomas figuran el estrés crónico, la excitación nerviosa, palpi­taciones cardíacas, estreñimiento, indigestión, sequedad de boca y trastornos de la sexualidad. ¿Cuántos de estos síntomas da usted por sentados en su vida cotidiana?

La respiración profunda restablece el equilibrio natural entre las ramas simpática y parasimpática del sistema nervioso, lo que convierte la respiración en una forma de terapia preventiva sumamente eficaz contra la tensión constante, con sus nocivas consecuencias, a que hoy en día están sometidos los apresurados ciudadanos de todas las urbes del mundo.

Recientes pruebas médicas llevadas a cabo en China demuestran que apenas 15 minutos de ejercicios de respiración profunda causan abundante secreción de pepsina -la hormona que digiere las proteí­nas- y de otros jugos digestivos, y que favorecen notablemente la pe­ristalsis en todo el tracto digestivo. Este efecto se produce durante la fase de retención y hace de la respiración un excelente remedio con­tra la indigestión, el estreñimiento y otros trastornos digestivos.


Tenga en cuenta, empero, que nunca debe forzar la retención más allá de su capacidad natural. Practique con retenciones medias de 3 a 5 segundos, y, tras varios meses de práctica regular, podrá ir pro­bando con alguna que otra retención ocasional de 7 a 10 segundos, pero no se arriesgue a superar este límite sin contar con la supervisión personal de un maestro cualificado. Recuerde, además, que no es la duración ni el volumen de aire retenido lo que produce estos excelen­tes resultados terapéuticos, sino más bien la suave y rítmica regulari­dad de todo el proceso respiratorio, junto con tres técnicas físicas fundamentales que se aplican durante la breve fase de retención.

En la próxima entrada se explicarán la otras dos fases restante: exhalación y pausa