La ciudad ardía, el asfalto ardía, los cristales de coches y autobuses... todo bullía de actividad y movimiento. Sorenzo pegaba con guantes de plomo tras una cortina opaca y delgada de humedad mientras cruzábamos la gran avenida con nuestras bolsas de provisiones en dirección a la estación de autobuses. El camino fue espléndido, íbamos contentos como tres jazmincillos y nos hicimos la avenida en lo que dura una bolsa de patatas. Un poco antes de llegar a la estación de autobús, nos detuvimos en un semáforo y escudriñé a la gente de la acera de enfrente. Me dio por pensar que éramos dos grupos de manifestantes que esperaban luz verde para darse de mamporros, pero un rostro llamó mi atención. No podía ser. Iba a cruzarme con una compañera de clase. Un montón de pensamientos miedosos se agolparon en mi cabeza. Pues claro, idiota, claro que no es fin de semana. Ostias con vino, la verdad es que había perdido la costumbre de andar con el calendario a cuestas. Hacía más de dos meses que no aparecía por clase antes del mediodía y aquello no iba a ser una excepción. De hecho, viendo a dónde me dirigía, seguro que no aparecería en toda la semana. Es martes, tío, es martes. El muñequito verde apareció finalmente y provocó en todo el mundo un movimiento sincronizado que ya lo quisieran para sí lo mejores coreógrafos, y me vi avanzando sin quererlo, empujado contra mi voluntad hacia Candela por una masa difusa de peatones vivientes, y sin poder apartar la mirada de ella por un absurdo temor a ser visto. Sin saber cómo, hice una especie de paso de salón con girabuzón y me oculté tras un grueso señor que hacía como que leía el periódico.
Obstáculo superado ¿Qué clase tocaría a aquella hora? A ver... ¡ah sí! Termidiología. Nada serio, nada importante, nada interesante. Otro cantar será, pensé, recuperar los apuntes retrasados. Pero no era aquel el momento de preocuparse por eso.
Obstáculo superado ¿Qué clase tocaría a aquella hora? A ver... ¡ah sí! Termidiología. Nada serio, nada importante, nada interesante. Otro cantar será, pensé, recuperar los apuntes retrasados. Pero no era aquel el momento de preocuparse por eso.
En el andén de la estación comimos y fumamos. El día era espléndido, sí, seguía siendo espléndido. Al menos esa era mi sensación tras verme rescatado de un día que se preveía agobiantemente similar a otros de la misma semana y colocado allí, sin masticarlo ni beberlo, a punto de hacer un viaje. Ya se notaba el ambiente en la estación, pues cada vez iba llegando más gente que se dirigía al pequeño pueblo de la Alpujarra donde se celebraba ya la gran festividad del dragón, ese inmenso ser que llega sobrevolando las montañas con miles de flores en su boca.
Apuramos el momento sobremesa antes de la llamada megafónica con un café y una antorcha:
Apuramos el momento sobremesa antes de la llamada megafónica con un café y una antorcha:
- Creo que echaré de menos todo esto cuando me vaya de aquí- dije.
- Te refieres a la ciudad, a la fiesta, a nosotros...- respondió Gregorio mientras hacía una rana con una servilleta de papel.
- ¿A vosotros? ¡Já! Bien sabéis que las más de las veces se trata de interés y no de amistad.
- Ya, pero a través de las situaciones que se van creando por nuestras relaciones de interés se va creando un vínculo. ¿Acaso crees que no te acordarás de nosotros con una sonrisa cuando recuerdes esos paseos al polígono en busca de rascapino?
- Te concedo que en las situaciones en las que existe un riesgo es cuando se sienten y se valoran más los vínculos...
- O esos momentos de reunión en torno a una guitarra y unos litros en la terraza cantando al amparo del atardecer...
- Puede ser cansino...
- Tenemo gusto en común y loh compartimoh, no he trata zolamente de interéh, eh tu mente retorcía y pehimihta la que habla por esa sucia lengua...
- Sí, mi idiosincracia se gesta directamente a partir de un sentimiento de misantropíaque...
- Pero pisha, ¿que te crees? Yo soy como tú...
- Pues no lo parece... con el descaro ese que caracteriza... será que tus estudios de psicología te hacen más fuerte por el hecho de conocer más la mente humana... por cierto, a ver cuando me haces ese test...
- Argún día...
- Las drogas, ellas mismas son un test, actúan directamente sobre el subconsciente y sacan a relucir nuestra parte más escondida, la que no mostramos en el día a día, porque para sobrevivir se requiere otra cosa, todos nos refugiamos en la convención y en la norma social... – intervino Jan con astucia.
- Salvo en eventos como este... que son como la excepción que reniega la regla...
- ¿Qué confirma la norma quieres decir?
- Hablando de reglas... ¿habéis visto la...?
- Acábate ezo pisha, que noh vamoh...
El autobús hizo una entrada providencial y majestuosa y después de soltar ese suspiro de aire tan propio de ellos, como de un mastodonte cansado, nos dispusimos a montar. Sentí una gran descarga de adrenalina. Jan y yo no teníamos mucha idea de qué iba aquel asunto... y eso no tenía precio.
Delante mío subía las escalerillas una chavala menuda, con una faldita roja a cuadros tipo escocesa y unas coletas que quitaban el sueño. Aquello tampoco tenía precio. Mi imaginación trotaba ya por esos muslos inmensos hasta llegar a dos grandes glúteos sonrosados y firmes, o eso suponía yo. Ya notaba los primeros efectos de la sustancia, pero decidí que era demasiado pronto para dar rienda suelta al macetero, aunque, bien pensado, eso era prácticamente imposible.
Una vez dentro, echamos un rápido vistazo a los pasajeros del autobús. Entre los cabezales mugrientos se divisaban crestas de colores, rastas, vestimentas desgarradas, posturas inconformistas... Comenzamos a andar por el pasillo hasta que el arranque del autobús nos engulló hasta los asientos de atrás entre conversaciones, risas, piernas y bolsas. Yo me sentía como pez fuera del agua, pero era cuestión de dejarse llevar por aquel ambiente distendido y optimista.
Una vez dentro, echamos un rápido vistazo a los pasajeros del autobús. Entre los cabezales mugrientos se divisaban crestas de colores, rastas, vestimentas desgarradas, posturas inconformistas... Comenzamos a andar por el pasillo hasta que el arranque del autobús nos engulló hasta los asientos de atrás entre conversaciones, risas, piernas y bolsas. Yo me sentía como pez fuera del agua, pero era cuestión de dejarse llevar por aquel ambiente distendido y optimista.
Tras media hora de viaje, el autobús empezó a inclinarse poco a poco, gradualmente, hasta que emprendió la verdadera pendiente que nos conduciría a nuestro destino. “¡Ya no hay vuelta atrás!”
De pequeño hice un viaje a través de la Alpujarra. Hasta este viaje no recordaba gran cosa, pero reconocí de inmediato las carreteras sinuosas que recorrían las montañas de Sierra Nevada entre pueblos de casas blancas y restaurantes al viejo estilo andaluz con especialidades de la región, aquellos misteriosos bosques que se perdían a ambos lados de la carretera, las hileras de chumberas que crecían desordenadas en las laderas...
Y de nuevo me impresionó la cualidad de la luz a aquellas alturas. Todo parecía nuevo y celestial. En la radio sonaba una canción sobre el tomate y el meneo que estropeó un poco aquel exuberante paisaje que pasaba a gran velocidad como un powerpoint acelerado de la infancia. En realidad, si tuviera que sonar algo que acompañara a aquella estampa con algo de gracia, no habría venido mal alguna tonalidad clásica, un clavicordio Bachiano supersónico, pongamos, encabezando esta sarabanda de huertos floridos y cortijos escondidos que se alternaban entre senderos, pinos, fuentes y las retorcidas callejuelas de los pueblos.
Volvió a mí la despreocupación, auspiciada por el bello pero efímero despertar que entraña viajar a otro lugar, lejos de donde la ciudad sedentaria, lejos de donde los humanos echamos el ancla hasta que encallamos casi sin quererlo. Me acomodé en el asiento y noté la resaca de la noche anterior evaporándose y convirtiéndose en un dulce apoltronamiento; y salivé como un jabalí ante la idea de un fin de semana prometedor.
Al otro lado del pasillo Jan y Gregorio hablaban y reían. Al principio les escuchaba mientras miraba por la ventana:
- Er truco der cashiruco ehtá en estudiar por la noshe con er flexo, cuando todo está en calma y todos duermen.
- Ya, pero eso no está bien-.
- Que no está bien er qué-.
- Hacer eso. No es bueno para el cuerpo picha. La vigilia nocturna es el principio del desequilibrio. La digestión se altera, el corazón se vuelve nocturno...
- Ezo eh farándula pisha. Tú orvídate de loh libroh... Centrarce, hacerse un café o un té, y luego vah poco a poco, párrafo por párrafo, concepto por concepto...
- ... pero es un hábito que te arrastra...
- y con tres zubrayadores dihtinto pa no canzarte la vihta...
- ... porque el otro día, en una fiesta el Regis...
- ... y escushando ar Rancapino de fondo cantando un jondo...
- ... me senté encima de una bandeja donde habían preparado precisamente...
Poco a poco me dejé mecer por las caricias de la suspensión del autobús y los susurros de los compis, y no tardé en caer rendido y babeante a un sueño que, de alguna manera, no debió acabar del todo horas antes y reclamaba una oportunidad...