8/7/11

De la Providencia

¿Por qué suceden muchas cosas adversas a los hombres buenos? "Ningún mal puede acaecer al hombre bueno, porque no se mezclan los contrarios.  Así como tantos ríos, tantas lluvias caídas de lo alto, la fuerza de tantas fuente medicinales no cambian el sabor del mar, ni lo atenúan siquiera, del mismo modo el ímpetu de la adversidad no trastorna el ánimo del varón fuerte.  Permanece en su estado y todo cuanto le sucede lo cambia en su color, porque es más fuerte que todas las cosas externas.  No digo que no las sienta, sino que las vence y además se levanta sereno y apacible contra las cosas que le atacan.  Piensa que todas las adversidades son un ejercicio.  Porque ¿quién, que sea hombre e inclinado a lo honesto, no está ansioso de un trabajo justo y pronto a cumplir su deber, aun con peligro?  ¿Para qué hombre activo no es una pena el descanso? Vemos a los atletas, que cuidan de sus fuerzas; consienten ser heridos y vejados y si no encuentran adversarios de igual fuerza, pugnan a la vez con varios.  Se marchita la virtud sin oposición; conócese cuán grande es y las fuerzas que tiene cuando prueba en el sufrimiento lo que puede.  Has de saber que esto mismo han de hacer los hombres buenos: no han de temer las cosas duras y difíciles, ni quejarse del hado; lo que les acaeciere ténganlo por bueno, conviértanlo en bien.  Lo que importa, no es lo que te sucede, sino cómo lo lleves.  ¿No ves de cuán diferente modo tratan los padres que las madres?  Los padres mandan a sus hijos levantarse temprano para estudiar, no consienten que estén ociosos, ni siquiera los días de fiesta, y les hacen sudar y algunas veces llorar: en cambio, las madres quieren tenerlos en su regazo, mantenerlos en la sombra, que nunca estén tristes, que nunca lloren, que nunca trabajen.  Dios tiene corazón de padre para con los buenos y los ama fuertemente: "que se ejerciten -dice-  en trabajos, en dolores, en infortunios para que alcancen la verdadera fuerza".  Están fláccidos los engordados en la inacción y desfallecerán   no ya con el trabajo, sino con el movimiento y con su mismo peso.  No resiste golpe alguno la felicidad que nunca fue herida, pero la que sostuvo constante pelea con las contrariedades, se encalleció con las injurias y no se rinde a ningún mal, sino que, aun caída de rodillas pelea.  ¿Te maravillará que Dios, que tanto ama a los buenos, a los que quiere perfectos y nobles, les asigna la fortuna para que con ella se ejerciten?  Yo por mi parte no me admiro si algunas veces los enardece el deseo de contemplar a los hombres grandes luchando con alguna calamidad.  Es a veces para nosotros un placer que un muchacho de ánimo constante reciba con un venablo a la fiera que le acomete, que resista impávido la acometida del león, y el espectáculo es tanto más agradable cuando más noble es quien lo da.  No son estas cosas, pueriles y entretenimientos de la liviandad humana, las que pueden atraer las miradas de los Dioses.  He aquí el espectáculo digno de ser contemplado por Dios: el varón fuerte luchando con la mala fortuna, mucho más que si él mismo la provocó.  No veo, afirmo, que haya nada más bello a los ojos de Júpiter, si se quiere fijar en ello, que contemplar a Catón, que derrotada ya varias veces su parcialidad, se mantenía, sin embargo, en pie y firme en medio de las ruinas de la República.  "Aunque  -dice- todos los poderes pasen a manos de uno, aunque el soldado de César sitie las puertas, Catón tiene por donde salir; con una mano hará un ancho camino a la libertad.  Esta espada, limpia aún e inocente de guerra civil, hará por fin obras buenas y nobles: dará a Catón la libertad que no pudo dar a la patria.  Acomete, ¡oh alma! la obra largamente pensada, líbrate de las cosas humanas.  Ya Petreyo y Juba se acometieron y yacen muertos el uno por la mano del otro.  Fuerte y egregia, esta convención del hado, pero no se aviene con mi grandeza: tan vergonzoso es para Catón recibir de otro la muerte como la vida".  Para mí es claro que los Dioses contemplaron con gran gozo a aquel varón, vengador acérrimo de sí mismo, cuando atendía a la salvación de los demás y disponía la huida de los fugitivos, cuando se ocupaba de sus estudios hasta la última noche, cuando hundía la espada en el sagrado pecho, y cuando esparcía sus entrañas y sacaba con su propia mano aquella santísima alma, que no merecía ser manchada por el hierro.  Por eso creo que, si la herida fue poca certera y eficaz, se debió a que los Dioses no se satisficieron con contemplar a Catón una sola vez.  Se le retuvo y devolvió el vigor para que se mostrara en una prueba más difícil, porque no es de tan gran ánimo intentar matarse como volverlo a hacer.  ¿Cómo no habían de contemplar con gusto a su discípulo evadirse con tan ilustre y memorable muerte?  La muerte consagra a aquellos cuyo fin, aun los que le temen, han de alabarlo.
Séneca