Tú, mi amada, mi prometida,
no hallarás más que escombros
tras la fingida dignidad de los ataúdes.
Las lágrimas de los que se quedan,
aullando oquedad, le dan la despedida.
He de buscarte en vida y saldar
esta mirada de lagarto malherido,
viento de lluvia, haz errante,
carne y anhelo, líquido viscoso
desparramado en el mundo.
No me quieras en tu festín de desconsuelo,
pues nada has de encontrar más
que el sabor de la piedra y la ceniza,
nunca la belleza en unos ojos eternos.
Tu poder no abarca, en este momento,
el milagro insondable de ser vivo.
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