el pírrico alcohol teje una nebulosa que solo deja optar a la semiciencia, un escarnio burbujeante que, bajo el pretexto de una tarde ociosa acaba enjuto en su tontunez. El pírrico elixir bírrico tiene la llave que abre el cajón lleno de ribetes, cuadernos, detalles, tachones, dimes y diretes, recuerdos que son solo retazos, que duran menos que un pinchazo, pero su repentino goteo dura lo que una resaca. Cajón lleno de objetos diminutos que recorren sinuosos dédalos sin fin, este armario lleno de lienzos, ropajes y vestigios encefálicos perturbadores, por auténticos, abre sus puertas precisamente en estos momentos ingenuos, como digo, de distensión jovial, y fomentan un quehacer siniestro del presente.
En la buhardilla aguardan aún más cajones llenos de inútiles corpus, escritos con las letras de un manso anciano que exprime toda la tinta, la sangre y el vino de sus dedos.