1/5/11

Del miedo y de la mentira

El mundo es aleatorio, imprevisible, y no tiene sentido por sí mismo. Frases como “no es justo”, “no me merezco lo que me pasa” y demás quejas del ser humano, no se aplican. En la vida no tenemos lo que merecemos… tenemos lo que tenemos, y darle vueltas a esto es una solemne pérdida de tiempo. Las leyes de la naturaleza van a seguir funcionando de la forma en que funcionan: impasibles, sin tener en cuenta la percepción personal de nuestra especie. Una especie de individuos que pueden ser una luz en la oscuridad o bien la maldad ignorante más dañina. Hoy pienso en mi vida… me parece importante, me parece que tengo un camino, que el karma hará lo que tenga que hacer, que todo mejorará… y cinco minutos después se desploma el techo en mi cabeza. Y se acabó mi vida porque el vecino de arriba ha tenido una inundación bestial y el fontanero no llegó a tiempo. O quizás llegue a vivir 120 años, no importa. Porque no existe nada (aparte del intento humano por mantener las cosas en orden) que haga que yo obtenga “lo que merezco”. Ni siquiera hay nada que garantice que obtendré lo que necesito. La naturaleza tiene un equilibrio, sí. Un equilibrio fascinante, incomprensible, delicado. Y puede romperse en cualquier momento sin importar a qué aspiremos. Y ni que decir tiene que si hay un Dios que vela por nosotros, que nos ama, su amor nos hace la vida un calvario. O puede que seamos felices… porque cualquier cosa es posible. Pero que ocurra lo uno o lo otro no responde a ningún motivo. Responde, simple y claramente, a que tengamos los cojones de seguir adelante y mejorar pese a todo.
Todos nuestros sentidos, nuestras intuiciones, nuestro conocimiento, nos dicen que si hay una fuerza que rige el universo, es una fuerza impersonal; porque pensar lo contrario es de una pedantería insoportable. Por tanto, todo lo que podamos desear o creer puede esfumarse tal y como surgió. Yo siento que sí existe tal fuerza. Que el Universo tiene un propósito. Pero ese propósito, sea cual sea, nada tiene que ver con lo que nosotros somos. Ni siquiera creo que, de conocerlo, sepamos identificarlo como un propósito. Que ese propósito nos sea ajeno tiene mucho sentido: si existe una fuerza, una causa primera, unos hilos tejiéndose en la realidad, tiendo a pensar que es la misma para todo el Cosmos. Y no va a cambiar en nuestro planeta por el hecho de que nosotros, los humanitos, estemos en él.
Luego encontramos “benditas explicaciones” para lo que no entendemos: los caminos de Dios son inescrutables, misteriosos e inalterables; hágase Tu voluntad, no la mía; el Señor está conmigo, nada me falta; el sufrimiento de la vida es una prueba; sin el dolor no apreciaríamos la alegría; Dios proveerá. Por mucho que le demos vueltas, que hagamos el esfuerzo (de algún modo teatral) de creernos alguno de estos consuelos, en realidad sentimos la verdad: que hay algo que no encaja en absoluto. Que todas esas explicaciones resultan ser explicaciones humanas… cogidas por los pelos, desesperadas. Casi patéticas. Tienen la clarísima firma de la inventiva de la mente humana. Dios no va a proveer nada. Pero mire “usté”, si nos ocurren cosas buenas podemos dar las gracias. Y si nos ocurren desastres, podemos quejarnos ante las mismísimas puertas del paraíso. Hacer lo uno o lo otro no va a cambiar nada. Es nuestra elección ejercer o no esa pequeña parte de control que yace en nuestra fortaleza para que todo vaya “como debe”. Es nuestra elección determinar qué mentira nos sienta mejor.
Hay personas religiosas que, después de plantearse su fe miles de veces, después de caer al abismo y volver a alzarse, llegan a una conclusión: “creo en Dios precisamente por eso, porque es absurdo y cada vez menos personas tienen fe”. Y así rizan el rizo. El hecho de que algo sea impopular no lo convierte en cierto. El hecho de que algo no sea aceptado no lo convierte en valioso. La voz de las masas puede tener la razón, y de igual manera puede equivocarse siempre. Que algo no tenga sentido no lo hace especial… que algo tenga sentido no lo convierte en verdad. ¿Acaso hay alguna combinación imposible? No la hay. Y a pesar de tener la mayor de las evidencias, optamos por creer en lo que no entendemos. Todo sea por olvidarnos de nuestra capacidad de encontrar la verdad (o la mentira), todo sea por no hacernos responsables de un Universo y un Dios que planea con nosotros algo que se nos escapa.
A mi, en lo personal, pensar así me resulta tremendamente liberador… en el día de hoy. Mañana, volveré a llenarme de cuentos y creencias “porque sí”, para así huir de la nada, del vacío al que tan pocas veces me enfrento. Siempre que pienso en esto, tengo pensamientos como los de este texto y pensamientos que buscan la fe y el propósito. Pero nunca me atrevo a pronunciarme ni en un sentido ni en otro. Normalmente, pienso: "tiene que haber una razón y una meta. Esperemos que sí", y ahí se acaba mi diálogo interno sobre el tema. Para que luego digan que ser optimista es lo complicado. Y lo más curioso, gracioso, ridículo, es que sintamos miedo sabiendo que el ser humano está completo: la vida está llena a rebosar así tal y como es, sin Dios ni justicia ni propósito, como un juego de dados. La aparente paradoja de la vida es que tiene sentido y nada le falta aunque pensemos lo contrario. Lo único que le falta a la vida es lo que nos empeñamos en añadirle. Por eso una antigua inscripción griega decía "Nada de más".



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