Han pasado doce años en estas colinas
pobladas de vida.
Doce estaciones de frío
afirmadas en mis prendas y,
ahora que vuelvo,
se me antoja un paraje extraño
donde fragüé mi fortuna.
A veces pienso que apenas pude sentir
otra cosa que nostalgia y tristeza,
pero no en realidad.
He perdido de vista por qué me fui;
los sueños de viajar que siempre sentía de niño
se han convertido en doce años
sin rumbo,
de aldea en aldea,
siempre queriendo evitar
el gran núcleo humano de las ciudades,
sufriendo alivios y penalidades.
Los días han pasado no obstante veloces,
tanto que algunas madrugadas
me sorprendía a mi mismo asustado
entre el árbol y la hoguera
que han abrigado mis noches.
Los días pasaban como un sol
llevado por el viento y yo,
insignificante en la inmensidad,
seguía en caminos que son líneas vagas,
casi garabatos en un mapa,
donde ahora ya casi
no se puede leer nada.
Tras la colina hermosa de árboles
donde he meditado
como si fuera el fin de mi vida,
me vuelvo a encontrar el mismo pueblo
lleno de esperanza que dejé
cuando aun no sabía respirar
las ilusiones de los hombres.
No, nada ha cambiado;
siempre esperé que así fuera,
y ahora me encuentro de pié
pensando estas cosas con una sonrisa.
Así que, ya no hay árbol, ni hay hoguera;
pero me siento feliz
por volver a mi madre tierra.
Ya no hay árbol, ni hay hoguera;
pero bien daría mi vida
por volver a pasar frío
bajo el cielo y la tormenta.J