La mayoría de las propuestas que se presentan para acabar con el fracaso escolar que caracteriza a la mayoría de las escuelas de los países más avanzados son soluciones mal aplicadas, superficiales, pues no producen el deseado aprendizaje. Esta visión es incorrecta porque se intenta ajustar al alumnado a determinados moldes en vez de tratar de desarrollar la autonomía de éstos. Se trata de que el alumno sea capaz de pensar críticamente, tomando en cuenta diferentes puntos de vista, de que tome su propia iniciativa y tenga confianza en su propio pensamiento.
La autonomía moral
Para las personas autónomas las mentiras son inapropiadas, independientemente de a quién se dirijan, mientras que las heterónomas distinguen entre varias pautas de comportamiento dependiendo de las normas establecidas o los deseos de las personas que tienen alguna autoridad sobre ellos. La autonomía moral surge cuando la mente reclama un ideal independiente de toda presión externa, lo que implica tomar en cuenta las opiniones de otras personas a las que puede afectar una determinada conducta. La moralidad de heteronomía, en cambio, implica una obediencia acrítica a las normas y personas con autoridad, lo cual es indeseable. Por lo tanto, en la medida en que el niño se hace capaz de gobernarse a sí mismo (capaz de construir por sí mismo sus propios valores morales), es menos gobernado por otros.
Los adultos refuerzan la heteronomía natural de los niños cuando utilizan sanciones y estimulan el desarrollo de su autonomía cuando intercambian puntos de vista con ellos a la hora de tomar decisiones. El castigo impide desarrollar la autonomía del niño y lleva a tres posibles consecuencias en su actitud: posiblemente calcule los riesgos de que lo cojan otra vez, se vuelva inconformista o quizás opte por rebelarse. Las recompensas, aunque son preferibles, también refuerzan la heteronomía.
Lo que es importante es que el niño empiece tomando decisiones conjuntamente con los padres desde que es pequeño y sobre asuntos de menor importancia, para que posteriormente sea capaz de tomarlas por sí mismo en otros de mayor calibre. El adulto por su parte, ha de limitarse a dar su opinión si estima que la decisión no es la más apropiada, pero no imponer su estatus de autoridad. En cualquier caso, ya que la sanción es inevitable en muchas ocasiones, es recomendable optar por una sanción de carácter recíproco, es decir, que el niño sea capaz de elegir entre opciones que no le gustan pero que requieran un cierto sacrificio para que tome conciencia de que existen otras personas con necesidades diferentes a las suyas. Cuando una sanción incita a un niño a coordinar su punto de vista con el de los demás, le incita a construir una regla por su propia voluntad.
Piaget señala que toda buena sanción puede degenerar en castigo si no hay relación de mutuo afecto y respeto entre el adulto y el niño; y que el niño que se siente respetado por su modo de pensar y sentir es más susceptible de sentir respeto por el de los adultos.
El grado de autonomía de una persona es, pues, indirectamente proporcional a su egocentrismo, cualidad notable en todos los niños. Al intercambiar puntos de vista con los demás y coordinarlos con el suyo propio, el niño comienza a salir de su egocentrismo y a construir el valor de la sinceridad. Por eso las negociaciones bilaterales son tan importantes y por eso los niños a los que todo se les permite no son en absoluto autónomos pues nunca consideran los sentimientos de los demás.