10/5/11

A mi, Hasan, hijo de Mohamed el pesador, a mi, Juan León de Médicis, circuncidado a manos de un barbero y bautizado a manos de un papa, me llaman hoy el Africano, mas no soy de África, ni de Europa, ni de Arabia. Me llaman también el Granadino, el Fesí, el Zayyati, mas no procedo de ningún país, de ninguna ciudad, de ninguna tribu. Soy hijo del camino, mi patria es la caravana, y mi vida la más inesperada de las travesías.

Mis muñecas han conocido a veces las caricias de la seda y a veces las injurias de la lana, el oro de los príncipes y las cadenas de los esclavos. Mis dedos han levantado mil velos, mis labios han hecho sonrojar a mil vírgenes, mis ojos han visto agonizar ciudades y caer imperios.

De mi boca oirás el árabe, el turco, el castellano, el bereber, el hebreo, el latín y el italiano vulgar, pues todas las lenguas, todas las plegarias me pertenecen. Mas yo no pertenezco a ninguna. Sólo soy de Dios y de la tierra, y a ellos regresaré un día cercano.

Y tú quedarás tras de mi, hijo mío. Y tú conservarás mi recuerdo. Y leerás mis libros. Y volverás a ver entonces esta escena: tu padre, vestido de napolitano en esta galera que lo devuelve a la costa africana, garabateando como un mercader que hace balance al término de un largo periplo.

Pero, ¿no es esto en cierto modo lo que ahora hago: qué he ganado, qué he perdido, qué decirle al Acreedor supremo? Me ha prestado cuarenta años que he llegado a dispersar a merced de los viajes: mi sabiduría ha vivido en Roma, mi pasión en El Cairo, mi ansiedad en Fez, y en Granada vive aún mi inocencia.


Principio de León el Africano, de Amin Maalouf

Traducción: J.C.A