23/1/11

saflanás

en la comunidad de los gatosantos
uno de sus habitantes despertó un día dentro de una lavadora
y cuando vio que no podía salir, que había quedado atrapado en un sueño sin fin,
dio la espalda al cristal.
no quería aceptar su imagen reflejada,
¡cuerpo de gato y cara de ratón!
gritó desde dentro del tambor
a quien quiera que fuera el diseñador de aquella pesadilla
por favor, aprieta el botón
centrifugado a 90 grados
programa antibacteriano

así se suicidan los gatos
cuando ven a saflanás
en las ciudades de asfalto.


saflanás y la palabra,
la incepción de la ignorancia.
qué será la poliomerasa?
qué será la oxitocina?
qué será poliomelina?
y el propóleo?
asegura no hay aventura mayor que proponerse como hito
alcanzar las máximas posibilidades del cuerpo
quizás hasta odiarlo, castigarlo;
poner a prueba el motor, acelerar hasta que el cerebro 
chille de hastío,
inflar las fibras hasta que no quepan,
comprobar el límite de la resistencia
y degustar los matices del dolor
como quien se aventura en un remolino
turbulento.

es saflanás
un camaleón espurio,
adquiere el color del mito,
y así inflige su castigo.
Lo sabremos por la llaga,
que reaparece en los lugares sensibles
del cuerpo,
anos y sobacos
labios y lenguas
pituitarias y ojos,
del alma,
culpa y nostalgia,
sed de existencia,
allí donde nacen los dioses.
con él alabamos pues a la herida,
a la llaga infectada, al desasosegante escozor,
la irritación póstuma del cuerpo,
estigma, y después cadáver.


con él convocamos al monstruo de ojos ocultos tras el tapiz del sereno templo,
su imagen,
a solas, una tarde cualquiera, sentados en los bancos de una nueva orden,
al tapiz satén que se remueve y palpita
tras la sien de la bestia
aguarda nuestro corazón aterrado,
porque ya ni se estremece,
ahora un trozo de pellejo.

cuando sintamos la magnitud de esa fuerza, desconocida y brutal,
la uña afilada de saflanás,
que se acerca invisible en nuestras noches de sueño
y nos araña indefensos,soplándonos inquietud por detrás del hombro
escondido en la fronda de un ciprés torcido,
y se nos erice el vello,
a causa de su aliento acompasado, 
lúgubre hálito de morgue,
correr no es lo suyo,
pues colgado del cuello lo llevamos,
deuda de las generaciones.

ahora cada noche que pasa, mi mejor amigo,
un flexo macizo e introvertido
trabaja de noche para que yo duerma tranquilo,
pues me intimida esa imagen tapizada, del mismísimo saflán encarnada 
que allana mi lecho en mi inocente sueño,
pervierte la imagen de mi espejo,
lo sé por el escalofrío,
por la lanza que vuelve del pasado
para clavarse con nostalgia
haciendo diana
en todo el entrecejo.