29/6/11

ángeles sobre el desierto

Descansan en el anverso de la mala fortuna
los ángeles de cabellos rubios,
empujados por los soplos de los océanos
y en volandas a través de los campos
rozando con la barbilla tan solo la puntita
de mazorcas, flores y ramas, riendo de su cosquilla,
y del color vainilla que es ahora el cielo
surgen las aves de la esperanza,
con sus alas firmes, amigas de las brisas,
avistando en la lejanía
el brillo de su repentina presa,
que huye dando brincos, sus ojos
desorbitados de sorpresa,
conoce la negrura de su fin y en él
el apoyo de todas sus patitas,
a la espera de un golpe de aquéllo
donde descansan los angeles rubios,
casi siempre, sí, en su anverso.

el infierno carnal se desata
en forma de llama hirviente
barnizada de sed y de calma
y que se extiende ante la vista:
los sedimentos de arcilla desnudos
salen al paso del hombre,
que no puede de otra manera ser
sino un alma perdida,
y como un regalo por su presencia,
tan repentina como poco común,
apareció un buitre melenudo,
cubertería en garra, boca aguada,
graznando de pura alegría
mientras el hombre, desahuciado,
de rodillas le ruega el perdón...

Mas el buitre se resiste,
alegando meses ya que no come
y que, muy a pesar suya,
dejarle escapar no sabría-

Y en su defensa engendra el hombre un doble ser,
un sano retoño de buen color:
no confundas el veneno por su sabor,
le dijo, ni contra todo
te crees antídoto.
Ni des alas a las tinieblas
Ni actúes nunca de tal manera
sino todo lo contrario y al revés,
alza tus entrañas
vestidas para la ocasión benevolente
con la luz más extraordinaria
que haya visto la razón.


[Inmóvil, estático, sin pensamiento durante horas...]


... el hombre se debate al amparo del pájaro
contra algo que identifica pero desconoce;
y aunque más sobrio que las gacelas,
viento a la vez que cuerpo,
con ese júbilo súbito suyo
que vence a cualquier agonía
 y que cubre el valle de prados
imbricados como zarzas;
aún siente hambre de curiosidad 
por ese dibujo de nubes dulces
que impregna de amargo sabor
la sed de ser.
 
De la amapola se enamoró el corazón humano,
y se convirtió a la causa ecologista.
Opio es la palabra que clama en nuestras almas,
opiácea es la palabra 
que busca el silencio en el humo tumbado,
la explotación del aliento
queda extrapolada al athma
a la velocidad de un maremágnum de imaginaciones
contenidas en un solo pálpito por segundo.

25/6/11

La cena

- Pazzguato’s Restaurant, ¿dígame?

- Hola buenas tardes. Quería hacer un pedido.

- Sí, dígame.

- Me gustaría… no, espere: no me gustaría.

- ¿Perdone?

- Decía que quiero hacer un pedido. Una grande barbacoa con ternera y cebolla.

- De acuerdo, una pizza barbacoa familiar con ternera y cebolla.

- ¡No vuelva hacer eso!

- ¿A hacer qué?

- Ha mencionado la palabra. No vuelva a hacerlo.

- Pero, ¿qué palabra?

- La madre que… pues esa que empieza por P.

- ¿Se refiere a “pizza”? Oiga, yo no…

- ¡Que no la diga, carajo!

- Sí… perdone. ¿Ha dicho con ternera y cebolla, verdad?

- Sí, eso mismo. Con cebolla: C-E-B-O-L-L-A.

- Jeje, sí… vale.

- ¡Y ternera! T-E-R-N-E… sí, E. R-A.

- Aunque me ayude el deletreo, debo preguntarle… ¿está usted de broma verdad?

- ¿Cómo dice? Oiga, si no me atiende el pedido mejor llamo a otro sitio. Tengo a otro restaurante por la otra línea y le aseguro que eligiré el postor más bajo.

- No, no… está bien. Una barbacoa familiar con ternera y cebolla, tomo nota.

- Sí, y oiga, añádale también champiñones.

- De acuerdo: una pizza barbacoa familiar con ternera, cebolla y champiñones.

- ¡Mierda! ¡Joder! Que no diga la palabra, ¡coño!

- Pero si yo …¿cómo quiere que no la diga si es precisamente lo que está pidiendo?

- Haga un esfuerzo.

- Ehm… como decía, una barbacoa familiar con ternera, cebolla y champiñones.

- Y extra de queso, gracias.

- Una barbacoa familiar con ternera, cebolla, champiñones y extra de queso.

- Vale, y por favor, póngale también unos daditos de piña.

- ¡Basta ya! ¿Por qué no me dice todos los ingredientes de una vez y acabamos?

- Oiga, si no me los repite usted, cómo voy a añadir otro nuevo? Use el sentido común, hombre.

- Esto no tiene ni pies ni cabeza.

- No se me queje, por favor. En verdad le digo que su servicio de pedidos por teléfono es interminable. Dígame, ¿todos sus productos están en venta, o también los ofrecen de alquiler?

- ¿De alquiler? Oiga, se está usted poniendo cansino. ¿Cómo demonios se puede alquilar una pizza?

- ¡Se puede, o debería poderse! ¿Quiere sacarme usted de mis casillas? ¡La palabra! ¡¡La palabra!!

- ¡Estoy perdiendo la paciencia! Los 16 euros que cuesta su pedido no merecen esto. Dígame su dirección y acabemos ya.

- Sí, es Urbanización Faemino: c/ Hilario Cortés nº 14, bloque 32, escalera C, piso 12, pasillo B izquierda, apartamento 83, último domitorio al fondo.

- ¿Es que quiere que le llevemos la pi… el pedido a su propio dormitorio? Realmente está usted trastornado, oiga.

- No sólo casi dice la palabra, ¡sino que además me insulta! ¿Piensa usted las cosas alguna vez antes de hablar? ¿No se le ha ocurrido que puedo dejar la puerta del piso abierta para que el repartidor entre? Si me dice que al muchacho le va a molestar andar 7 metros más, le cuelgo aquí mismo.

- Ya veremos… usted esté atento a la puerta y no se acomode demasiado.

- Eso está por verse. ¿Le importa si seguimos con el pedido? Usted ya lo ha valorado en 16 euros y ni siquiera he acabado.

- La madre… ¿qué quiere ahora?

- Quiero un servicio extra, por favor. ¿Conocen la técnica de la “manotada al panini”?

- Pues no, mire. ¿En qué consiste?

- Muy sencillo. Usted le dice al cocinero que haga la masa. Una vez hecha, la pone en el plato y de un golpe seco le da a la masa tremenda bofetada con la mano abierta, ¡placa! Si sale bien, deberá quedar la forma de la mano en el centro: después, rellena la huella con salsa de tomate.

- ¿Me quiere explicar por qué iba alquien a querer eso? Me parece absurdo.

- ¡Qué sabrá usted! La diferencia es grande, la forma cuenta. ¿Acaso es lo mismo una baguette que un bollo? ¿Acaso es lo mismo un churrusco que un mollete?

- Pues ahora que lo dice, no…

- Pues hágame el favor entonces. La quiero con ese matiz mórfico especial. Si no me la encuentro así, no sólo no daré propina sino que choricearé al repartidor.

- Me parece justo, pero le tendré que cobrar 0,70 € más por la técnica de la “manotada al panini”.

- Me parece bien. Otra cosa: he visto que regalan un vinilo de Mocedades con cada pedido. Que no se le olvide, por favor.

- ¿Un vinilo? Oiga, nosotros no regalamos ni cucharas de plástico. ¿De dónde se saca usted eso?

- Lo saco del panfleto de su restaurante, ¿de dónde si no?

- Le aseguro que no tenemos una promoción así.

- ¿Y qué es esto que pone en el panfleto, fe de erratas? Me estoy empezando a cansar de tanto abuso. Si no regalan un vinilo, esta será la última vez que les llamo.

- Le aseguro que somos justos, y yo diría que lo del vinilo se lo está inventando.

- ¿Justos ustedes? A ver, dígame: ¿a cuántos delfines han tenido que matar para hacer mi pedido? No, no me lo diga… no quiero saberlo.

- … por favor, acabemos de una vez: una barcacoa con ternera, cebolla, champiñones, extra de queso y daditos de piña a la c/ Hilario Cortés nº 14, bloque 32, escalera C, piso 12, pasillo B izquierda, apartamento 83.

- Y último dormitorio al fondo.

- Sí, eso, vale.

- Una última pregunta: cuando traigan el pedido, ¿me puedo quedar el embalaje de cartón que trae? Ya sabe: el envoltorio en sí mismo.

- Ahora sí que está bromeando. ¿Para qué íbamos nosotros a querer un cartón inservible, sucio e impregnado de queso y aceite?

- ¿Se refiere a la cara de cartón de los currantes que trabajan en cocina?

- Me refiero al envoltorio, ¡coño!

- Ah, perfecto. ¡Excelente! ¿Por qué no me lo ha dicho antes? De habérmelo dicho, lo del vinilo me habría dado igual.

- Vale… en menos de 50 minutos llegará su pedido.

- Muchas gracias. Por favor, dígale al moto-pizza que lleve silenciador en el tubo de escape, para no despertar al pitbull de raza que anda suelto abajo en el jardín. Le pirra la comida basura, y viendo lo barato que me va a salir el pedido estoy seguro de que es precisamente eso, una basura. Repito, cuidado con el perro; dudo que sepa distinguir dónde se acaba la comida y empieza el motero.

- Se lo diré, desde luego... eh, oiga, acaba usted de decir la palabra.

- ¿Qué palabra, la que empieza por P?

- Esa misma, sí...

- No es verdad.

- Le digo yo que sí.

- Y yo le digo que no. He dicho Moto-pizza. ¿Desde cuándo la M y la P son la misma letra?

- 50 minutos. Buenas tardes.

He subido hasta el cielo

Donde los ángeles me susurran,

He caído al infierno

Donde me han descosido el alma.

Y entre la gloria exenta de euforia

Y el dolor insoportable de dentro

Se encuentra todo lo que he hecho,

Todo lo que he pensado,

Todo lo que he alcanzado,

Todo lo que nunca encuentro.

24/6/11

cruz somática de papel

Algo debió pasar que celebró con satisfacción el magnífico crisol de caracteres, asumiendo su posición, tantas veces rechazada. Imaginaba a cuántos les pasaría en aquel momento, seguramente casi todos ellos con un aspecto en común: turbios asuntos de enaguas. Creyendo vivir con ademanes parecidos a pensamientos que les cortaban de algún modo el paso fluído de la sangre al cerebro. Y no lo hizo con ningún gesto en particular. Sólo lo pensó o se dio cuenta de ello. Automáticamente, como si hubiera bebido zumo de zombi, se puso tieso y sonrió al notar el estremecimiento por toda su espalda. Decidió que a partir de aquel momento comería más fruta fresca y dejaría de arrancarse la piel bajo las uñas. La decadencia, siempre la había malinterpretado. Suavemente se acomoda poco a poco y se desliza sin darnos cuenta hasta su trono, en forma de añoranza primero, de desdén después,  hasta hacernos olvidar el momento mismo de nuestro apogeo verdaderamente auténtico.

21/6/11

Arreglando crisis, aborregamientos y estados de excepción con cinco dedos

La mano.

Una vez, una maestra pidió a sus alumnos de primer grado que hiciesen un dibujo de alguna cosa con la cual estuviesen agradecidos…

Ella pensó que seguramente todos ellos eran hijos de familias pobres no tendrían mucho que agradecer, así que dibujarían platos de comida, o alguna cosa por el estilo.

Sin embargo, la profesora quedó sorprendida con el dibujo que hizo uno de sus alumnos… Era una mano, dibujada de forma sencilla e infantil.
Pero, ¿de quién era la mano? Toda la clase quedó encantada con aquel dibujo.
"Creo que debe ser la mano de Dios", dijo un niño
"No, yo creo que que es la mano de un granjero que está dando de comer de comer a las gallinas", dijo otro.
Cuando finalmente todos volvieron a su trabajo, la profesora se aproximo de su alumno y le preguntó de quien era la mano.
"Es su mano, profesora" -murmuró él.

Entonces la profesora se acordó que, en varias ocasiones, en el recreo, ella le había cogido de la mano a él, que era un niño raquítico e desamparado.

Ella hacía esto frecuentemente con los niños. Pero aquello significaba mucho para este alumno.
Tal vez esa debería ser la acción de gracias de todos, no por las cosas materiales que nos dan, sino por la oportunidad de todas las cosas pequeñas con las que nos podemos dar a los otros.


Publicado por http://plataformaantiaborregamiento.wordpress.com

El súbdito adulado (al hilo del post anterior)


Nos estábamos acercando a pasos agigantados, decía la propaganda oficial, a una forma política inédita en la que las decisiones no emanarían nunca de un único foco, sino que resultarían de una compleja interacción de agentes e iniciativas, gracias a la cual todos podrían ocupar alguna vez el centro de la escena (aunque por poco tiempo) y nadie sería capaz de monopolizarlo; un modo de gestionar lo público en el que cualquier decisión importante estaría sometida a procedimientos de participación, con preferencia electrónicos, gracias a los cuales los ciudadanos se pronunciarían, con un golpe de tecla y en tiempo real, sobre todos los asuntos de interés. Gozaríamos de una teledemocracia hiperparticipativa que sería el adecuado complemento de un teletrabajo apasionante, y todo ello sin necesidad de salir de casa, salvo para cambiar cosmopolitamente de residencia cada cierto tiempo. A lo anterior había de añadirse la conversión en derecho de cualquier objeto de deseo: que algo fuera comúnmente demandado -o, mejor aún, que perteneciese al programa de algún colectivo identitario- y que no estuviera reconocido como derecho subjetivo era toda una anomalía y un atropello de obligada reparación.
Lo anterior no se concebía como un ideal más o menos utópico, sino como algo que estaba a la vuelta de la esquina o que, de hecho, había comenzado ya. Las cadenas de la dominación política eran cosa del pasado (pues la soberanía se había diluido dichosamente en una red de gobernanzas múltiples) y otro tanto estaba a punto de ocurrir con la esclavitud laboral (el trabajo, no en vano, iba a parecerse cada vez más al ocio). Todo lo anterior, unido a una tierna y entrañable preocupación por lo que se llamaba "valores", daba como resultado una sociedad de ciudadanos, cuyos principios serían tan sistemáticos y nítidos que podrían enseñarse cómodamente en la escuela.


De pronto se advirtió que las cosas no iban a proseguir por tan apacible camino. Al parecer, faltaba dinero con que dar abasto al mantenimiento de ese modelo social, de manera que la marcha segura hacia la felicidad tendría que interrumpirse para proveer fondos y seguir después sin sobresaltos. Se había declarado lo que se llama una crisis, y en esas duras circunstancias hay que esperar a que las contrariedades se resuelvan para volver a gozar de las ventajas pasadas: un transitorio, aunque amargo, estado de excepción.

Sin embargo, esto último no parecía del todo cierto, porque la severidad de los acontecimientos obligó a dar por supuestas, como cosa natural, dos verdades un tanto incómodas. La primera fue que los ajustes económicos y sociales durarían para siempre y no serían revocados ni aun cuando la crisis terminase. Al contrario: se acentuarían progresivamente, porque una economía competitiva tiene que serlo cada vez más si no quiere hundirse: sobrevivir exige cambiar de vida y adaptarse a una existencia dinámica, hiperactiva y arriesgada, a un modelo de productividad quizá poco afín a las costumbres mediterráneas, pero del todo ineluctable. No se trataría de una situación de emergencia, como las constitucionalmente regladas, sino de aquello a lo que algún clásico del pensamiento se refirió como el estado de excepción convertido en regla. La segunda verdad fue que las decisiones cruciales no pueden tomarlas ya los ciudadanos ni sus Gobiernos, sino ciertos agentes económicos transnacionales, enigmáticamente llamados "los mercados", que conceden a Gobiernos y ciudadanos la capacidad de sancionar políticamente lo que ya está económicamente decidido. Merece la pena subrayar una consecuencia muy notable de los dos hechos anteriores: ni el uno ni el otro se pusieron de manifiesto como novedades, sino como algo que ya era cierto desde mucho antes, aunque no se hubiera sabido o querido reconocer. No es que a partir de la crisis fuese a ser mentira todo lo que habíamos creído, sino que ya lo era desde siempre (aunque hasta entonces había podido disimularse), y precisamente por haber actuado conforme a creencias falsas había pasado lo que había pasado.

Lo que resulta es que no éramos ciudadanos, sino súbditos a los que se adulaba con toda clase de zalamerías. Y no debería sorprender la mansedumbre con la que el súbdito adulado suele responder a los acontecimientos. Quien haya seguido de cerca, por ejemplo, la violenta adaptación de la Universidad pública al mercado ejecutada en los últimos años habrá visto que entre muchos estudiantes y entre casi todos los profesores ha calado muy hondo la servidumbre voluntaria más entusiasta. Igual que en la Universidad muy pocos han rechistado ante su desmantelamiento mercantil, también en la sociedad se impondrá sin grandes contratiempos el culto a la competitividad y a la innovación permanente. 

Pero lo que ahora se nos solicita no es, sin más, que nos olvidemos de todos los halagos pasados y aceptemos nuestra condición subalterna, sino que neguemos de palabra lo que admitimos de obra, que no reconozcamos que el orden democrático ha sido subvertido y que actuemos como si los verdaderos agentes políticos siguiéramos siendo nosotros. Es de capital importancia que, aunque en la práctica nada vaya a ser como antes, se mantenga una ideología consolatoria lo más parecida posible a la que nos tenía adormecidos.
Por desgracia, quizá el discurso predominante entre los indignados de estas semanas no desmienta del todo las anteriores expectativas. En gran medida, se trata de una protesta por la mala prestación de los servicios que se tenían contratados, y así se exigirá una solución como quien pide el libro de reclamaciones para demandar más eficiencia. El ciudadano advierte una violación de su derecho a no variar de hábitos de consumo, y reacciona de la manera en que había sido adiestrado: utilizando sus redes sociales y sacando todo el partido posible del Internet y del teléfono móvil ("mi teléfono es un arma", decía un indignado estos días de atrás). El acampado es un usuario modelo de las nuevas tecnologías, y el aumento de la indignación será un factor de recuperación económica si se sabe canalizar con inteligencia: "Indignaos y marcad" podría ser un eslogan perfecto en la temporada próxima para cualquier compañía de telecomunicaciones. Depuradas de algunos excesos doctrinales, las movilizaciones de estos días se tomarán probablemente como un elemento regenerador y un saludable acicate: una muestra, algo intemperante, pero positiva a la larga, del dinamismo de la sociedad civil y de la vitalidad de la juventud.

Puede que la agitación social en curso sea un magnífico placebo: aunque ya no somos ciudadanos (ni en verdad lo fuimos nunca), vamos a hacer como si todavía lo fuéramos (o como si lo hubiésemos sido siempre). Pero precisamente ese efecto es el que se necesitaba para restablecer la ideología del súbdito adulado: movilízate y comprueba que la sociedad en la que vives se hará eco de tus inquietudes. Hay un derecho que no te quitará nunca y que para mucha gente es el más valioso de todos: el derecho a ser parte del espectáculo.

El presente estado de crisis económica es en su esencia un hecho político o, mejor dicho, antipolítico: una ocasión máximamente afortunada para extender la lógica del mercado a la totalidad de la vida, sin dejar resquicio alguno fuera. Frente a ello, la única resistencia concebible estribaría en mostrar que no estamos dispuestos a vivir de ese modo. Pero tal declaración no sería cierta, porque la existencia hiperactiva, acelerada y trepidante, la gestión total de la vida y la esclavitud voluntaria tienen para el hombre moderno, como desde antiguo se sabe, un atractivo irresistible.


Antonio Valdecantos es catedrático de Filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid. Su último libro publicado es La fábrica del bien.

20/6/11

Saliendo del corral. Contra el borreguismo: cabreo constructivo

¿Desde cuándo la Élite se cree que son los borregos los que deciden la programación televisiva y por ende otras muchas cosas?

¡Desde nunca! Que en las últimas semanas se ha llorado en España la muerte o desaparición de un canal de televisión y su supuesto prestigioso periodismo presentándonos como alternativa más lógica y razonable el programa bazofia de Gran Hermano debido a que las audiencias mandan, es otra de las tremendas patrañas con las que nos venden el mundo al revés.

EL MUNDO AL REVÉS

Volvamos a las clases de matemáticas básicas. Los borregos en la base de la pirámide, no mandan, son mandados. Luego, si el Gran Hermano suplanta un programa de televisión no es porque el borrego manda, sino porque arriba, se quiere que el borrego siga siendo borrego. He ahí la cuestión.

Por desgracia, al borrego no se le ha enseñado a pensar, a discriminar, a discernir absolutamente nada, porque forma parte de la estrategia de dominación que lleva siglos implantada en este mundo y que amenaza con llevarnos a todos a la hecatombe a no ser que precisamente ese borrego, deje de serlo.

Fabricar un borrego lleva su tiempo y es una tarea multidisciplinar. Interviene la educación, la familia, la iglesia, la salud, el ejército, la burocracia, los mercados, incluido el laboral etc, etc etc… Es un ataque gradual limando todo cuanto en el borrego pueda recordarle su verdadera y auténtica esencia.

Y cuando el borrego, por naturaleza propia, comienza a despertar a su auténtico ser, el sistema, le estruja y exprime en cientos de vueltas de tuerca hasta tal punto que antes de hacerle mirar con el dedo inquisidor y acusador hacia la mano que le da de comer, le hace destruir a sus semejantes, a los demás borregos mediante la vieja táctica del “divide y vencerás”. Esta estrategia cutre la vemos fuertemente implantada en la falsa guerra de sexos, que divide a hombres y mujeres impidiendo la logica e intuitiva complementareidad y unicidad. La vemos en la guerra entre profesiones, entre religiones, entre etnias raciales, entre edades, entre condiciones personales de todo tipo… Es una estrategia tan burda y sin embargo hasta ahora tan efectiva que todavía hoy seguimos muriendo por ella.

Lo que en estos momentos presenciamos en España y que probablemente se agudice en los próximos meses es un tremendo descontento y cabreo, irónicamente fomentado para eso mismo, para que el borrego vuelva a perderse, esta vez en la ira y la rabia, incapaz de canalizar esa energía constructivamente hacia obrar de forma tal que colectivamente dejemos de ser borregos.

Tiempos cruciales en los que se llamará a filas a aquellos borregos que dejaron de serlo y que en silencio han recobrado su cordura. Les tocará, nos tocará ayudar al hermano borrego no sólo a dejar de serlo sino a recobrar su libertad y su espíritu para deshacer esa pirámide sofocante con un sencillo paso: simplemente saliendo de la partida, dando un paso fuera de ese tablero blanco y negro sobre el cuál se ha jugado con nuestra existencia y la de la tierra desde hace demasiado tiempo.


http://liberacionahora.wordpress.com

19/6/11

when you are in a hole, stop diggin´

"¡El Estado no es una plantación de intereses de capital foráneo!. El capital no es el dueño del Estado, sino su sirviente. Por esto, el Estado no puede depender de los préstamos de capital extranjero.
Y si se cree que esto no puede evitarse, entonces, no es de extrañar si nadie está dispuesto a dar su vida por este Estado. Esta gran injusticia [los préstamos de capital extranjero], que hoy aún pesa sobre el trabajador honesto,debe corregirse.

Esta internacionalización de la economía [...] es en último término también la mayor desgracia para el trabajador [...]. La pauperización de la economía [...] condujo a la contracción de deudas, y la contracción de deudas conduce al empeño. Por último puede finalmente ser empeñada aún la fuerza de trabajo [...] de 60 millones de seres humanos. Estos trabajan de ese modo, bajo vigilancia foránea, bajo administración foránea.

Por la internacionalización de la Nación misma finalmente un pueblo deja de ser el dueño de su propio destino. Se convierte en juguete de potencias foráneas. ¿Es esto ahora una revolución popular, es una estructura tal un Estado popular? No, esto es el paraíso del judío.

Lo que necesitamos para un verdadero Estado popular es: una reforma agraria. En su tiempo no nos hemos adherido a la reforma agraria de [...], porque la subdivisión de la tierra sola no puede traer alivio. Las condiciones de vida de una Nación en último término son mejoradas únicamente por la voluntad política de expansión. En ello consiste la esencia de una reforma sana.

Pero lo que debemos exigir es que la tierra no se convierta en objeto de especulación. Propiedad privada puede ser únicamente lo que un ser humano ha adquirido mediante el trabajo. Pero un producto de la naturaleza no es una propiedad privada, es una propiedad nacional. La tierra no es, por consiguiente, objeto de usura.

[...] Lo que también es necesario, es una modificación de la educación. Sufrimos hoy de una supereducación. Se aprecia sólo el saber. Los sabihondos son sin embargo son enemigos de la acción. Lo que necesitamos es instinto y voluntad. Ambos la mayoría los han perdido por su “educación”. Tenemos, por cierto, una capa de elevado nivel intelectual: pero es pobre en energía. Si no nos hubiéramos alejado tanto por la sobreestimación del saber mecánico del sentir popular, el judío nunca hubiera podido encontrar así el camino a nuestro pueblo. Lo que necesitamos es la posibilidad de un nuevo y permanente crecimiento de conductores espirituales que surjan del pueblo.[...]

[...]Es una falta de ética y de carácter ser pacifista. Porque, bien que acepta para sí la ayuda de otros, pero él mismo no quiere ejercer la auto-afirmación. En un pueblo sucede lo propio. Un pueblo que no está dispuesto a defenderse, es falto de carácter. Esto es lo que debemos conquistar de nuevo para nuestro pueblo como uno de los principios más elementales: hombre sólo es aquel que como hombre también se defiende y resiste, y un pueblo sólo es el que está dispuesto, de ser necesario, a entrar como pueblo al campo de batalla. Esto no es militarismo, sino auto-conservación. [...]"



Adolfo H., algunos extractos [sesgados] de sus discursos de 1923

Yo soy, es decir, fui un gran hombre; pero no soy ni el autor de Junius, ni el «hombre de la máscara», porque mi nombre, según creo, es Robert Jones y nací en algún lugar de la ciudad de Fum-Fudge.

El primer acto de mi vida consistió en cogerme la nariz con las dos manos. Mi madre lo vio y me llamó «genio»; mi padre lloró de alegría y me regaló un tratado de Nasología.

Lo conocí bien a fondo antes de que me pusieran pantalones.

Por entonces comencé a vislumbrar cuál era para mí el camino del saber, y muy pronto llegué a comprender que, con tal de que un hombre tuviese una nariz bastante notable, podía, con sólo seguir su dirección, llegar a obtener el señorío de la moda. Pero mi atención no se limitaba solamente a las teorías.

Cada mañana yo le propinaba a mi «proboscis » un par de tirones y me tragaba media docena de dramas.

Cuando llegué a la mayoría de edad, mi padre me preguntó un día si quería ir con él a su despacho.

—Hijo mío —me dijo en cuanto tomamos asiento—, ¿cuál es el fin principal de tu existencia? —Padre, el estudio de la Nasología —le respondí.

—¿Y qué es la Nasología, Robert? — preguntó.

—Padre —respondí—, es la ciencia de las narices.

—¿Y puedes decirme, hijo, qué significa una nariz? —La nariz, padre mío —respondí, muy sereno—, ha sido definida de formas muy diversas por casi un millar de diferentes autores...

Me detuve y extraje mi reloj del bolsillo para añadir a continuación: —Ahora son poco más o menos las doce del día. Tendremos tiempo para recorrerlos todos antes de que sea medianoche. Así, pues, veamos, para comenzar: la nariz, según Bartolinus, es esa protuberancia, esa corcova, esa excrescencia que...

—Basta, Robert —interrumpió el bondadoso viejo—, me siento anonadado, asombrado, por la gran extensión de tu saber, realmente asombrado por mi vida...

Y al decir esto, se llevó una mano al corazón.

Luego dijo: —Ven aquí.

Acto seguido me tomó por el brazo, añadiendo: —Tu educación puede considerarse ya terminada... Es ya hora de que te las arregles tú solo, y no podrás hacer nada mejor que seguir la dirección de tu nariz, así, así y así...

Y al pronunciar estas últimas palabras me echó a puntapiés, escaleras abajo, hasta la calle, concluyendo: —¡De forma que vete de mi casa y que Dios te bendiga!

Como sentía en mi interior la inspiración «divina», aquel incidente me pareció más feliz que desgraciado. Resolví, pues, seguir el consejo paternal. Decidí seguir a mi nariz. Allí mismo le apliqué un tirón o dos, y escribí acto seguido un folleto sobre Nasología.

Todo Fum-Fudge se conmovió.

«¡Genio maravilloso!», dijo el Quaterly.

«¡Soberbio fisiólogo!», comentaba el Westminster.

«¡Inteligente compañero!», decía el Foreign.

«¡Excelente escritor!», dijo el Edimburgh.

«¡Profundo pensador!», dictaminó el Dublin.

«¡Gran hombre!», publicaba el Bentley.

«¡Alma divina!», aseguraba el Fraser.

«¡Uno de los nuestros!», aseveraba Blackwood.

—¿Quién será? —preguntó la señora Bas- Bleu.

—¿Quién será? —preguntó también la gruesa señorita Bas-Bleu.

—¿Dónde se encuentra? —inquirió la pequeña señorita Bas-Bleu.

Pero yo no hice caso de aquella gente y subí al taller de un artista.

Estaba pintando el retrato de la duquesa de Bendita Sea Mi Alma quien posaba pacientemente; el marqués de Así guardaba el perrillo de lanas de la duquesa; el marqués Esto Y Lo Otro jugueteaba con el frasquito de sales de la duquesa, y Su Alteza Real No Me Toques se inclinaba sobre el respaldo de la silla de la duquesa.

Me aproximé al artista y alcé la nariz.

—¡Oh, qué hermosura! —suspiró la excelentísima señora.

—¡Vaya! —murmuró el marqués.

—¡Oh, qué indecencia! —gimió el conde.

—¡Oh, abominable! —gruñó Su Alteza Real.

—¿Cuánto quiere usted por su nariz? — preguntó el artista.

—¡Por su nariz! —gritó la excelentísima señora.

—Mil libras —respondí, tomando asiento.

—¡Magnífico! —replicó el artista, extasiado.

—Mil libras —repetí yo.

—¿Me la garantiza usted? —preguntó, volviendo mi nariz hacia la luz.

—Se la garantizo —contesté, expulsando por la nariz una fuerte racha de viento.

—¿Es completamente original? —inquirió el artista.

—¡Hum! —murmuré yo, volviéndola hacia arriba.

—¿No se ha tomado ninguna copia de ella? —preguntó el artista, examinándola con un microscopio.

—Ninguna —dije yo, dándole un suave tirón.

—¡Admirable! —exclamó desarmado totalmente por la belleza de aquella maniobra.

—Mil libras —dije yo.

—¿Mil libras? —interrogó él.

—Exactamente —respondí.

—¿Un millar de libras? —volvió a preguntar.

—Eso es —dije.

—Las tendrá usted —respondió—. ¡Qué obra maestra!

Y a continuación allí mismo me extendió un cheque y tomó un boceto de mi nariz. Alquilé habitaciones en Jermyh Street y envié a Su Majestad la noventa y nueve edición de la Nasología, con un retrato de mi «proboscis».

Aquel infeliz de Príncipe de Gales me invitó a comer.

Todos los que asistimos al banquete éramos hombres de moda, muy solicitados.

Allí estaba un Platónico moderno. Citaba a Porfirio, a Jámblico, a Plotino, a Proclo, a Jercles, a Máximo Tirio y a Siriano.

Estaba allí un apóstol de la perfección humana; hablaba de Turgot, Price, Priestley, Condorcet, de Stäel y del «Ambicioso Estudiante de Mala Salud».

Estaba el señor Paradoja Positiva. Sostenía que todos los locos son filósofos y todos los filósofos locos.

Estaba Estético Ethix. Hablaba del fuego, de la unidad y de los átomos; del alma doble y del alma preexistente; de afinidad y discordancia; de la inteligencia primitiva y de la homeomería.

Estaba Teólogos Teología. Hablaba de Eusebio y Arriano; de la Herejía y del Concilio de Nicea; del puseísmo y del consustancialismo; de Homusios y Homoouisios.

Estaba Fricassé du Rocher de Concake.

Mencionaba el Muritón o Lengua a la Escarlata; coliflores con salsa velouté, ternera a la Saint Menehoult; escabeche a la Saint Florentin; y de las jaleas de naranja en mosaiques.

Estaba Borrachín del Vaso Lleno. Se refirió al Latour y al Markbrünen; al Espumoso y al Chambertin; al Richebourg y al Saint George; al Haubrion, al Leonville, y al Medoc; al Barac y al Preignac; al Grave y al Saint Peray. Movió la cabeza al hablar del Clos de Vougeot, y ya, cerrándosele los ojos, estableció la diferencia entre el Jerez y el Amontillado.

Estaba el señor Tintonlintino de Florencia.

Discutió acerca de Cimabue, Arpino, Carpaccio y Argostino, de la tristeza de Caravaggio, de la amenidad de Albano, de los colores de Ticiano, de las matronas holandesas de Rubens, y de las jocosidades de Jan Steen.

Estaba el presidente de la Universidad de Fum-Fudge. Era de opinión que la Luna se llamaba Bendis en Tracia; Bubastis en Egipto; Diana en Roma, y Artemis en Grecia.

Estaba el Gran Turco de Estambul. No podía menos de pensar que los ángeles eran caballos, pollos y toros; que en el sexto cielo todo el mundo tiene mil cabezas; y que la Tierra estaba sostenida por una vaca de color azul celeste con incalculable cantidad de cuernos verdes.

Estaba Delfínus Políglota. Contó lo que había sido de las ochenta y tres tragedias perdidas de Esquilo; de las cincuenta y cuatro oraciones de Iseo; de los trescientos noventa y un discursos de Lisias; de los ciento ochenta tratados de Teofrasto; del octavo libro acerca de las Secciones Cónicas de Apolonio; de los himnos y Ditirambos de Píndaro; y de las cuarenta y cinco tragedias de Hornero el Joven.

Allí estaba Fernando Fitz-Fósil Feldespato.

Nos informó acerca del fuego central y de las formaciones terciarias; acerca de los aeriformes, fluidiformes y solidiformes; acerca del cuarzo y de la greda; del esquisto y de la turmalina; del yeso y de la marga; del talco y el calcáreo; de la blenda y la hornablenda; de la micacita y la malaquita; de la cianita y la lepidocita; de la hematites y la tremolita; del antimonio y la calcedonia; del manganeso y de todo lo que ustedes quieran.

Estaba yo. Hablé de mí; de mí, de mí, de mí..., de Nasología, de mi folleto, de mí. Alcé la nariz altivamente y hablé de mí.

—¡Hombre maravilloso y agudo! —dijo el príncipe.

—¡Soberbio! —exclamaron sus invitados.

Y a la mañana siguiente. Su Excelencia la duquesa de Bendita Sea Mi Alma, vino a visitarme.

—¿Vendrá usted a casa de Almack, adorable criatura? —me preguntó, aplicándome un suave golpecito en la mejilla.

—Palabra de honor que iré —respondí.

—¿Con nariz y todo? —Tan cierto como que estoy vivo — contesté.

—Pues bien, aquí está mi tarjeta, vida mía.

¿Puedo decir que irá usted? —Querida duquesa, con todo mi corazón.

—¡No diga usted eso! Pero, ¿vendrá con toda su nariz? —Sin que le falte nada, mi amor —dije yo.

Y aplicando un par de tirones a mi nariz, me encontré en casa de Almack.

Las salas estaban completamente abarrotadas.

—¡Ya viene! —gritó alguien en la escalera.

—¡Ya viene! —dijo alguien más cerca.

—¡Ya viene! —dijo alguien más cerca todavía.

—¡Ha venido! —exclamó la duquesa—.

¡Aquí está mi cariño!

Y asiéndome fuertemente con ambas manos, me besó tres veces en la nariz.

Acto seguido se produjo una gran sensación.

—Diavolo! —exclamó el conde Capricornutti.

—¡Dios nos guarde! —rezongó don Stiletto.

—¡Mil diablos! —exclamó el príncipe De Grenouille.

—Tausend Teufel! —refunfuñó el Elector de Bluddennuf.

No pude contenerme. Me puse furioso. Me volví bruscamente hacia Bluddennuf.

—¡Caballero, es usted un mandril! —le dije.

—¡Caballero! —replicó él, tras ligera pausa—.

Donner und Biltzen!

Aquello era lo que yo deseaba. Cambiamos nuestras tarjetas. En la Granja del Yeso, a la mañana siguiente, le arranqué la nariz de un disparo. Y él acudió a mis amigos.

—Bête! —dijo el primero.

—¡Estúpido! —exclamó el segundo.

—¡Mastuerzo! —dijo el tercero.

—¡Asno! —dijo el cuarto.

—¡Badulaque! —gritó el quinto.

—¡Mentecato! —vociferó el sexto.

—¡Fuera de aquí! —ordenó el séptimo.

Al escuchar aquello me sentí abochornado y acudí a mi padre.

—Padre, ¿cuál es el principal fin de mi existencia? —le pregunté.

—Hijo mío —respondió—, sigue siendo el estudio de la Nasología; pero al convertir en blanco de tiro la nariz del Elector te has pasado de la raya. Tienes una hermosa nariz, verdad es; pero ahora, Bluddennuf ya no tiene ninguna. Tú has sido reprobado y él se ha convertido en el héroe del día. Te concederé que en Fum-Fudge la grandeza de un hombre de moda está en proporción con el tamaño de su «proboscis»... Pero, ¡cielos!, no hay manera de competir con un hombre de moda que no tiene «proboscis» en absoluto.



Edgar Allan Poe

17/6/11

Somor Dnílap (030)

SÉ VERLAS AL REVÉS
Anita, la gorda lagartona, no traga la droga latina.
S O S  (ese o ese) 
Madam, I´m Adam. A ti no bonita. Adán no cede con Eva Y Yavé no cede con nada.
LA TOMO COMO TAL / LA RUTA NATURAL
saippuakauppias ("vendedor de jabón", en finés)
Rayar y rayar. YO HAGO YOGA HOY
La ira moja de sal sódica y sosa con esa daga, pasajero. Si ése dañara a la araña de seir orejas apagadas en ocasos y ácidos la sed, ajo marial.
RECONOCERSE ES SER TRES
ANULA LA LUZ AZUL A LA LUNA
¿Zapatero reta paz o Zapatero no reta paz?
Zapatero dotado más en esa moda, todo reta paz.
Zapatero por ETA: PAZ!
        
Ortos: a motor roto, más otro.
Ni tecla cínica nací, ni calcetín.
Nada diré. ¡Herid, ruin! Ni urdiré (herida dan).
Dádiva U.S.A: la suavidad.
¿Sado? ¡Je!, monotemática cita meto, ¡no me jodas!
A la mamacita Margarita, sátira gramática, mámala.
Edipo norteño soñe; trono pide.
La nota epónima: camino peatonal.
A bocajarro puso su porra, Jacoba.
¿Meto tabaco, toalla o tocaba tótem?
A cartera remunerada carraca daré; numeraré traca.
Nazi matar urge, negrura tamizan.
He roto mi barra bimotor, ¡eh!
Lato ¿Tres, seis o nueve? Sólo se ve Uno. Eco. ¿Dos o doce o nueve? Sólo se ve Uno. Sí, es Ser Total.
Anda irá, avísales: opera hoy y Sarah se devela. Róbasle sotana tosca, le donas la morera con amor. Romano carero malsano de Lacso Tanatos, el sabor aleve desharás -y yo-. Haré pose lasiva Ariadna.
Sacar acné en Caracas.
Odaré calavera. -¡Para! Dale vino. -¡Cátalo! / Malatraza le aporrea con ese martillazo. -Clavo zurcir nielado. -Ódale I.N.R.I. -¿Cruz oval? -Coz allí trámese. -¡No caer! / Ropa el azar tala. -¡Mola taco! -Ni vela dará. -¡Pare! ¡Va lacerado!
Negro parecerá por gen.
Ídolo soy: yo sólo dí.
Odié lo no leído.
Re, Si, Mi, Do... Yo di mi ser.
¿Sané para dar? Apenas...
Odre con sabor robas, ¿no, cerdo?
La marihuana, ¡uh! Irá mal.
Raro morir o morar.
¡Oh, camello felé! ¡Follé, macho!
Nada, ya veis, ahora dudo, mas amo dudar. ¡0h! Así Eva y Adan.
¡Revolución! -oí-: Culo ver. Hay Ocas a saco, yah!.

Rasurar... orar... usar.

(Fin... Snif!)
McCunningham + aportación web + K

16/6/11

¿por qué duele la espalda?

Pues el otro día estuve reflexionando con tanta intensidad que
por la tarde hasta me dolía la espalda y aunque el traumatólogo
insiste en que son las cervicales de tanto echar el cuello para atrás
de querer apurar hasta la última gota de cada cervecilla, yo sé que
es una cuestión de fe. De hecho acusé a mi médico de blasfemo y
hasta pensé en quemarlo en la hoguera, pero el metro cúbico de leña
está casi a 80 euros, que yo supongo que los de la Santa Inquisición
debían tener enchufe en las energéticas de la época o tal vez Torquemada
era accionista de Repsol Leñera, S.A., porque si no a ver
cómo financias tantos autos de fe.
En realidad la espalda duele por dos motivos. El primero es
como consecuencia de profundas reflexiones, como me pasó el otro
día, porque cuando uno piensa tiene ideas y las ideas son como los
relojes falsos de los senegaleses, cuanto peores son, más pesan.
Entonces, con todo el peso de las ideas, sumado al de la propia
cabeza con su cerebro y todo, más el peso añadido del cielo y del
aire, todo eso descansando sobre la columna vertebral, pues te
fastidia la espalda.
El segundo motivo es más profundo, es religioso. Porque si uno
quiere hablar con Dios y hasta que no se invente un app
para el Smartphone, la única opción es levantar la mirada
hacia el cielo azul y establecer el monólogo con el Supremo. Que
es lo que uno hace cuando se toma una cervecilla y sólo te queda el
culillo de la caña, entonces hay que levantar el vaso y la cabeza y,
mirando al firmamento, notas las últimas gotas del sagrado elixir
resbalando por tu gaznate y es cuando dices, “Oh Dios, que sed
tenía”. ¿Ves?, es una cuestión de fe.

Milton, sección del diario Marbella Express