20/11/13

On fait la sourde oreille ou on s'épanouit

Sí, eso es justo lo que quiero decir: no sería mala idea hacerlo así, que tú respondas a mis comentarios filosóficos, onanistas, de la forma que mejor te parezca. Puedes extenderte si quieres; que el término "parrafada" adquiera todo su significado de una forma notable, irritante. La palabra, hoy en día, no es más que pasatiempo en el 90% de los casos. Pero algo que me preocupa más es, ¿verdad que resulta pedante asignar un porcentaje a una afirmación difusa? Las palabras, para el hombre moderno, representan una forma de comunicación unilateral disfrazada de bilateralidad. No hablamos, escupimos; en cada afirmación hay una disculpa velada, una excusa entre líneas, una queja constante, una demanda anhelante, compasión por uno mismo, o la euforia de un castañear transitorio de médula. Y nuestro interlocutor hace lo mismo, en un acto de disparar perdigones al aire, a nadie en concreto. Porque en realidad tenemos a alguien delante, sí, lo estamos mirando, pero no importa. Porque lo que importa no es estar vivo y crear conexiones con el mundo, lo que importa es la angustia, ese velo denso, molesto, inútil, sin fundamento, entre uno mismo y el mundo. Y hay que darle voz a diario, sacarla, alimentarla, ahuecarle la almohada para que descanse tranquila una noche más. Quien consigue afinar en su ser este sentido de fachada de la palabra hablada, puede darse cuenta de hasta qué punto esto es cierto. ¿Cuántos se dan cuenta de esto? No lo sé. Pero existe otra forma de comunicarse, que es la forma del ser humano. Podría haber decidido lanzarme a explicar esa forma natural de comunicación en este escrito, de no ser porque lo que estoy haciendo en este segundo es escupir. Pero estaba a punto de hacerlo, oye.



Un tío hablando solo

18/11/13

en orden

Haz siempre primero lo que es necesario,
haz después lo que es posible
y acabarás haciendo lo imposible


San Paco de Asís

17/11/13

muerte de una foca

Es un paraje agreste y monótono, infinito, azotado por un viento oceánico de rachas salvajes que castiga árboles y matorrales y los doblan hasta hacerlos crujir, un frío afilado que seca la boca y quiebra los huesos. Tras aquella extensión, la muerte. El borde de un inmenso acantilado, un balcón a lo inhabitable, a las distancias incalculables que convertían cualquir enormidad en un vestigio. Allá abajo toda la materia era uniforme y poderosa, el aire y el agua, jugueteando a subir y bajar con una agitación que el hombre allí en medio sentiría escalofrío de soledad. Justo debajo, kilómetros de caída en picado a través de aristas cortantes hasta un mar enrabietado con olas brutales que desgajan las paredes a mordiscos como una criatura que ataca para después morir,  despidiendo un olor que emerge de las profundidades con emanaciones de algas y ostras. Es el imperio de la sal fresca y oscura, donde se pierde el espacio. Es el lugar donde jamás querrías estar. Es inhóspito, hostil, desconocido, latigará tu alma y corromperá tu cuerpo hasta que no quede de ti más que una lágrima.

Estos pensamientos mismos me elevan y me llevan hasta el borde mismo del acantilado. El corazón me empieza a latir más deprisa. Estoy muy asustado. No quiero morir. Por qué, de repente, me veo en el mismo bore del abismo, cuando en realidad lo que quiero es salir de aquí? Alzo la mirada. Un rojo intenso y violento en el cielo se asoma entre las nubes negras, densas y cargadas que atraviesan como enormes cetáceos la bóveda del océano. No es el sol. Es un volcán gigantesco. Surge en alta mar, como un titán enfurecido. Entre un círculo de espuma empieza a derramar su vómito incadescente. Una ola se dirige hacia aquí."

6/11/13
















La plaza sola (gris el aire,
negros los árboles, la tierra
manchada por la nieve),
parecía, no realidad, mas copia
triste sin realidad. Entonces,
ante el umbral, dijiste:
viviendo aquí serías
fantasma de ti mismo.

Inhóspita en su adorno
parsimonioso, porcelanas, bronces,
muebles chinos, la casa
oscura toda era,
pálidas sus ventanas sobre el río,
y el color se escondía
en un retablo español, en un lienzo
francés, su brío amedrentado.

Entre aquellos despojos,
proyecto, el dueño estaba
sentado junto a su retrato
por artista a la moda en años idos,
imagen fatua y fácil
del dilettante, divertido entonces
comprando lo que una fe creara
en otro tiempo y otra tierra.

Allí con sus iguales,
damas imperativas bajo sus afeites,
caballeros seguros de sí mismos,
rito social cumplía,
y entre el diálogo moroso,
tú oyendo alguien me dijo: "Me ofrecieron
la primera edición de un poeta raro,
y la he comprado", tu emoción callaste.

Así, pensabas, el poeta
vive para esto, para esto
noches y días amargos, sin ayuda
de nadie, en la contienda
adonde, como el fénix, muere y nace,
para que años después, siglos
después, obtenga al fin el displicente
favor de un grande en este mundo.

Su vida ya puede excusarse,
porque ha muerto del todo;
su trabajo ahora cuenta,
domesticado para el mundo de ellos,
como otro objeto vano,
otro ornamento inútil;
y tú cobarde, mudo
te despediste ahí, como el que asiente,
más allá de la muerte, a la injusticia.

Mejor la destrucción, el fuego.



Limbo


Luis Cernuda