30/3/11

El jardín botánico

¿No has sentido alguna vez esa sensata sensación de tragedia,
que se posa sinuosa y colma el alma de intranquilidad? Algo va mal, se presiente.
Es una lengua de aire que se cuela en la estancia y adquiriendo formas rebota con las esquinas hinchándose como un globo. Se solidifica y crece, es dañina pero nutritiva. A causa de ella se despoja la visión de todo adorno. Sin tatuaje no acepta palabra, extingue lo superfluo y en la hoguera del polvo disipa toda concesión. Estamos avisados. Huir de lo no evidente es negar la víscera.

Otras veces... ¡Gozoso el saberse en camino! Inaudito en cuanto que aparece... ¡casi nunca! Pero miel es en los labios la serenidad del ser testigo, sin haber tocado nada, sin haberlo pretendido, del desenlace merecido de algún acto pretérito, ¿cuál fue? ¿qué más da? Eso sí, impecable hubo de ser para obsequiársenos con ese don grato, huella ausente de voluntad, de propia voluntad. Así pues, ¿qué preferir? Es más dulce, desde luego, saberse bien orientado, tener alta la defensa y afilada la espada, verse arropado por un ovillo de oportunidades y saberse no menos que indispensable. 

Más allá del teatro de la vida, en el camerino escondida en un cajón, está la fuerza del motu proprio; partícipe e involucrado. Conocemos las reglas del juego y las aplicamos, mas no apartamos el ojo, mientras caminamos por este jardín botánico, a lo que espera tras el próximo recodo. Quien sabe si, apoyado en alguna estatua de estanque, oculto tras una enredadera, se encuentra el rastrillo del jardinero.